LAS NUBES GRISES... SON
CÚMULOS DE PENAS
Las nubes grises...
son cumulo de penas
cuando el cielo esta triste.
Aparecen dispersas
más el dolor las junta.
Se llenan de amargura
y buscando el abrazo/
chocan entre ellas.
y llora la atmósfera/
y llora la atmósfera/
por la gran angustia
que carga en su pecho.
Así circulan ellas
disfrazadas de ensueño,
y corren por mis venas
llegando a todas partes.
Al principio parecen
nubes de terciopelo
con ese añil augusto
como bruñendo el alba.
Sacan Brillo en sonrisas,
de ojos son la gracia,
parecen tan reales
pues uno se enamora,
pero al pasar el día
o unas cuantas horas
se nublan como espanto
al pensar que están solas.
No sé como explicártelo,
la tarde estaba alegre,
más un extrano viento
empañó la armonía
pues trajo en sus corrientes
despojos de desdichas,
el polvo de las huellas
que dejaron las penas,
los rastros que enlutaron
de soledad el tiempo,
las lágrimas de sal
que del mar emergieron...
todas ellas mezcladas
opacaron mi cielo.
Aunque todo este oscuro
no pierdo yo el deseo
De ver brillar mis ojos
En este mustio espejo,
Pues se que esos cristales
Que brotaron mi vista
Son más que una señal
Que algo me está pasando.
Algo se está fraguando
Lo siento aquí en mi arena
Porque así como el rayo
Hace en cuarzos las dunas...
Una luz ha bajado
Más allá de la luna
Y ha hecho de mis sales
Diamantes...
!Qué fortuna!
Aneudis Pérez
Nubes grises en otoño...
El Castillo
Un
castillo de arena. Lleno el foso de espuma,
subterráneos cruzándose en unión con el mar,
portal de caracoles, en la cresta una pluma
que acaso una gaviota dejara al revolar.
Moldes por centinelas en muralla alineados
circuyen tal alcázar, diseño en redondel,
y a través de los túneles, torcida por dos lados,
pronta ya para el fuego, la mecha de papel.
El hábil constructor que es un niño pequeño
enciende de la tira el extremo que asoma,
a la espera que brote el humo, por instantes.
Tras lo cual dando brincos continúa la broma
y entre risas exclama: ¡Adiós, castillo y dueño!
¡Yo me voy a las olas, a saltarlas como antes!
Marlina Rébora
subterráneos cruzándose en unión con el mar,
portal de caracoles, en la cresta una pluma
que acaso una gaviota dejara al revolar.
Moldes por centinelas en muralla alineados
circuyen tal alcázar, diseño en redondel,
y a través de los túneles, torcida por dos lados,
pronta ya para el fuego, la mecha de papel.
El hábil constructor que es un niño pequeño
enciende de la tira el extremo que asoma,
a la espera que brote el humo, por instantes.
Tras lo cual dando brincos continúa la broma
y entre risas exclama: ¡Adiós, castillo y dueño!
¡Yo me voy a las olas, a saltarlas como antes!
Marlina Rébora
El castillo de mis sueños...
Campo
La
tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!
¿Lloras?... Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda
como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!
¿Lloras?... Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda
Antonio Machado
Campos verdes....
ODA A UNA
CASTAÑA EN EL SUELO
Del follaje erizado
caíste
completa,
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura,
y cae
ofreciendo sus dones encerrados,
su escondida dulzura,
terminada en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de la leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible.
En lo alto abandonaste
el erizado erizo
que entreabrió sus espinas
en la luz del castaño,
por esa partidura
viste el mundo,
pájaros
llenos de sílabas,
rocío
con estrellas,
y abajo
cabezas de muchachos
y muchachas,
hierbas que tiemblan sin reposo,
humo que sube y sube.
Te decidiste,
castaña,
y saltaste a la tierra,
bruñida y preparada,
endurecida y suave
como un pequeño seno
de las islas de América.
Caíste
golpeando
el suelo
pero
nada pasó,
la hierba
siguió temblando, el viejo
castaño susurró como las bocas
de toda una arboleda,
cayó una hoja del otoño rojo,
firme siguieron trabajando
las horas en la tierra.
Porque eres
sólo
una semilla,
castaño, otoño, tierra,
agua, altura, silencio
prepararon el germen,
la harinosa espesura,
los párpados maternos
que abrirán, enterrados,
de nuevo hacia la altura
la magnitud sencilla
de un follaje,
la oscura trama húmeda
de unas nuevas raíces,
las antiguas y nuevas dimensiones
de otro castaño en la tierra.
caíste
completa,
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura,
y cae
ofreciendo sus dones encerrados,
su escondida dulzura,
terminada en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de la leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible.
En lo alto abandonaste
el erizado erizo
que entreabrió sus espinas
en la luz del castaño,
por esa partidura
viste el mundo,
pájaros
llenos de sílabas,
rocío
con estrellas,
y abajo
cabezas de muchachos
y muchachas,
hierbas que tiemblan sin reposo,
humo que sube y sube.
Te decidiste,
castaña,
y saltaste a la tierra,
bruñida y preparada,
endurecida y suave
como un pequeño seno
de las islas de América.
Caíste
golpeando
el suelo
pero
nada pasó,
la hierba
siguió temblando, el viejo
castaño susurró como las bocas
de toda una arboleda,
cayó una hoja del otoño rojo,
firme siguieron trabajando
las horas en la tierra.
Porque eres
sólo
una semilla,
castaño, otoño, tierra,
agua, altura, silencio
prepararon el germen,
la harinosa espesura,
los párpados maternos
que abrirán, enterrados,
de nuevo hacia la altura
la magnitud sencilla
de un follaje,
la oscura trama húmeda
de unas nuevas raíces,
las antiguas y nuevas dimensiones
de otro castaño en la tierra.
Pablo Neruda
Entre erizos y castaños...
Reflejos naturales...
Animales en el campo...
Entre árboles infinitos...
El otoño se acerca
El otoño se acerca con
muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos
grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado
en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún
brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no
pasa nada,
pero un silencio súbito
ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o
fuego, o vida.
Y lo perdimos para
siempre.
Ángel González
Nieblas y castaños...
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