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jueves, 25 de septiembre de 2025

Un paseo por la Sierra de San Vicente (Toledo)

Un paseo por la Sierra de San Vicente (Toledo)
 
 
En la cumbre suave de San Vicente
resplandece el albor de la mañana,
los picos —Cruces, Pelados, San Vicente—
dibujan perfiles al sol que se hermana.
 
Valle del Tietár al norte guardas
la garganta cristalina, los arroyos que cantan;
al sur, la faz del Tajo se extiende, ancha, clara,
donde el aire puro nace, libre, se levanta.
 
Bosques de roble, castaño, encina,
el frescor húmedo que besa la tierra;
el melojar antiguo, noble ruina verde,
un canto de hojas que al viento se aferra.
 
En los claros del amanecer,
entre piedras graníticas, berrocales, lanchares,
la luz baila entre ramas, hay murmullos de vida,
piornales, zarzales, flores silvestres al alba hallares.
 
Allí el ciervo alza su cuerno, el zorro esquiva la sombra,
el jabalí remueve la hojarasca, nimios pasos al alba;
rapaces que surcan el azul, halcón, águila, buitre lo atraviesa,
un silencio grandioso, rotundo, que en lo alto se embalsama.
 


 
El Real de San Vicente yace en abrazo de montañas,
entre cerros de Piedra, Pelados altivos,
el valle lo acoge con prados verdes, arroyos cantores,
garganta de la Tejea, y el agua que susurra sin prisa.
 
Tranquilidad antigua, perfume de hierba mojada,
vientos limpios, el cielo, azul claro o rosa al ocaso;
la sombra alargada de las ramas, las aves que regresan,
la paz que hunde raíces en la piedra y el trino escaso.
 
Gotas de rocío en hojas, reflejos de luz en charcos,
caminos polvorientos que suben curvados hasta el cielo;
el sudor y la dicha de quien al monte sube, profundo,
y desde la cumbre contempla el mundo entero en un suspiro hecho vuelo.
 





 
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