Don Quijote: —Paréceme, buen Sancho, que no ha de haber en todo el orbe lugar más gallardo ni de más lustre que esta imperial ciudad de Toledo, donde las piedras hablan de historia y las torres tocan el cielo.
Sancho Panza: —Así es, señor mío; que, a mi parecer, en cada rincón huele a grandeza y a mazapán, que no es poco decir.
Don Quijote: —Bien dices, Sancho amigo. Mas dígame vuesa merced, ¿qué es ese artefacto que sacáis del zurrón, que brilla como espejo encantado?
Sancho Panza: —Este, mi señor, es un móvil, que dicen los mozos del siglo. Con él se puede hacer una pintura al instante, sin pincel ni tabla.
Don Quijote: —¡Por el alma de Dulcinea! ¿Y podríamos, con tal artificio, dejar memoria de nuestra presencia en esta ciudad heroica?
Sancho Panza: —Pues claro, mi señor; pongámonos así junticos, que salga la catedral detrás... y diga vuesa merced “sonría”, que es palabra mágica.
Don Quijote: —¡Ea, Sancho! Si con un solo gesto puedo conquistar la eternidad en esta imagen, hágase presto el selfie, que no ha de quedar Toledo sin testimonio de nuestros rostros.
Sancho Panza: —¡Hecho está, mi señor! Y mire vuesa merced qué airosos salimos: vos, con la lanza en alto, y yo, con cara de hombre satisfecho.
Don Quijote: —Bien parece, Sancho, que aun las nuevas artes sirven al caballero andante cuando la causa es justa... y hermosa.
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