Páginas

miércoles, 22 de octubre de 2025

Imágenes que se merecen tener vida... Y que nunca te imaginarías...

Imágenes que se merecen tener vida... Y que nunca te imaginarías...
 
Abderramán III
 
VÍDEO
 
 
Para ver mejor todos los vídeos
 
Pinchar en el círculo rojo
Pinchar en el cuadrado (con esquinas)
 
La bola de cristal "talaverana"
 
La Talaverana en la bola de cristal
 
Encerrada en cristal, la muñequita está,
con falda bordada de azul y azahar.
Luce su pañuelo, de lino y ternura,
prendida en un mundo de blanca hermosura.
 
Desde su esfera mira el pasar,
de manos curiosas que vienen y van.
Niños que ríen, adultos que miran,
sus ojos de barro, sin voz, suspiran.
 
Agitan la bola, y empieza a nevar,
cae oro y copo, todo a brillar.
Ella, serena, sonríe callada,
bajo la tormenta se vuelve un ada.
 
Fuera hay vida, dentro hay calma,
un pueblo rosado la guarda en su alma.
Las torres, los pinos, dormidos están,
bajo el cristal frío de un eterno afán.
 
Y piensa la niña —de barro y cristal—:
“¿Qué se siente el viento, el sol y el trigal?”
Pero cuando la nieve danza en su altar,
cree oír Talavera llamándola al mar.
 
Así pasa el tiempo, sin prisa ni mal,
la muñeca espera en su cúpula astral.
Y el que la mire sentirá quizás,
que el alma también cabe en un cristal.
 
Atardecer en el Tajo
 
El Baúl de las Imágenes Dormidas
 
Nadie en el crucero reparó en el pequeño baúl de madera que la anciana llevaba consigo. Parecía un objeto sin valor, gastado por los años y el salitre, pero ella lo sostenía con la devoción con que se sostiene un relicario. Durante todo el viaje lo mantuvo cerca, como si dentro guardara algo más que simples fotografías.
 
Cuando el barco fondeó frente a una isla griega —una de esas que parecen hechas de mármol y viento—, la mujer descendió lentamente, arrastrando sus pasos por la arena dorada. Buscó una roca solitaria junto al mar, una roca hendida por el tiempo, y allí, con manos temblorosas, ocultó el baúl en su interior. Luego volvió al barco sin mirar atrás.
 
Esa noche, los dioses del Olimpo despertaron. Desde su morada en el monte, Atenea observó la isla y preguntó al aire quién había dejado aquel objeto que contenía retazos de memoria humana. 
 
Hermes, curioso como siempre, descendió en forma de brisa y abrió el baúl. Dentro halló cientos de fotografías: rostros sonrientes, miradas perdidas, mares lejanos, luces de ciudades que los dioses ya no recordaban.
 
—Imágenes sin alma —murmuró Apolo—. Ecos de lo que fue.
—O quizás semillas de lo que podría volver a ser —respondió Afrodita, que siempre veía vida donde otros veían ceniza.

 
Y así, uno a uno, los dioses tocaron las fotografías. Dionisio les infundió movimiento; Atenea, pensamiento; Apolo, luz. Hera les dio voz, y Poseidón, el temblor del agua. En la oscuridad de la roca, las imágenes comenzaron a moverse, a respirar, a murmurar nombres olvidados.
 
Las figuras de las fotografías se levantaron como reflejos líquidos y salieron de su encierro, dispersándose por la isla. Algunos caminaron hacia el mar, otros se perdieron entre los olivares, otros simplemente se desvanecieron con el amanecer.
 
Cuando el sol tocó la cima del monte Olimpo, el baúl quedó vacío. Solo quedaba en su fondo una leve bruma de plata y el perfume de un tiempo que ya no existía.
 
Nadie supo qué fue de aquellas imágenes vivientes. Algunos dicen que se transformaron en viajeros errantes, apareciendo en los sueños de los mortales; otros aseguran que los dioses las enviaron al pasado, para corregir la historia de los hombres.
 
Pero la anciana —de regreso en el barco, mirando el horizonte— sonrió. Sabía que el baúl ya no guardaba sus recuerdos, sino que los había devuelto al mundo. Y eso bastaba.
 
El árbol del amor
 
Luna y chimenea de pueblo
 
🌙 La luna y la chimenea

En la quietud del valle dormido,
la noche respira su canto tejido.
El cielo, raso, azul y sereno,
guarda secretos de amor y de invierno.

La luna, redonda, de plata vestida,
mira hacia el pueblo, callado en su vida.
Ve una chimenea, sola y cansada,
que exhala suspiros de leña apagada.

—¿Por qué suspiras, vieja humareda,
si el cielo hoy brilla, si no hay tiniebla?—
pregunta la luna desde su altura,
con voz de caricia y luz de ternura.

—Suspiro— responde la triste chimenea—,
porque hace tiempo no hay fuego que vea.
Las manos partieron, la casa está fría,
y en mi corazón ya no hay melodía.

La luna la escucha, la envuelve en reflejo,
le pinta en la boca un brillo añejo.
—No llores, hermana, que todo regresa,
hasta el humo encuentra su pieza.—

Y así, en el cielo, la noche se queda,
con luna que canta y chimenea que espera.
El viento murmura su vieja canción,
y el pueblo dormido sueña al calor.

El mítico 600 "Toledano"
 
Camino de Guadalupe
 
El Hijo del Trueno
 
Los Verracos de piedra

En la noche del eclipse,
cuando la luna veló su luz tras el manto sombrío,
una de aquellas esculturas de piedra —un toro de granito
erigido por los antiguos para guardar los pastizales,
como los Verracos que poblaban la meseta vettona—
despertó del sueño pétreo.

Se estremeció su cuerpo milenario,
y al borde del silencio antiguo de la roca
se quebró la quietud.
Y bajo el cielo nominado por el orbe sumido en sombra,
el toro alzó sus patas firmes,
sus pezuñas rozaron la tierra seca del paraje,
y avanzó hacia el prado donde el pasto aun tenía memoria.

En aquel prado de Castilla-La Mancha, entre brumas de madrugada,
le esperaban otros toros —gigantes de carne, de aliento, de herbaje—
que rumoreaban canciones de pastos y viento.
El escultórico toro, abandonando su base ancestral,
se mezcló en su manada,
zócalo y ciénaga quedaban atrás,
y se fundió con el latido del ganado bajo el níveo cielo.

El eclipse terminó. La luna fue luz blanca otra vez,
y rompió el hechizo en el alba alargada.
Cuando los primeros rayos de sol besaron la hierba
y el rocío se inclinó ante el día,
la escultura de piedra ya no estaba.
Ni zócalo ni cabeza, ni testimonio de granito en su lugar.

Sólo quedó el vacío, el eco pétreo de lo que fue,
y entre las hierbas del prado los toros siguieron pastando,
como si aquel guardián de piedra les hubiera acompañado.
Y en su ausencia quedó la pregunta silente:

¿Fue un sueño de la noche — o el espíritu del verraco que caminó ?

Así, cada vez que al caer la tarde la sombra del eclipse señale,
quizás el viejo toro de granito vuelva a ponerse en marcha,
hacia el prado, hacia la manada, hacia la claridad fugitiva.
Y al alba, volverá al silencio de la piedra…
dejando el mundo un poco más extraño,
y un poco más mágico.

El árbol que atrapó una nube
 
Los niños en las guerras
 
El piano rosa
 
El aire huele a polvo y silencio.
Las ruinas se alzan como esqueletos cansados, recordando un pasado que ya no respira. Entre muros rotos y maderas quemadas, una niña camina descalza sobre los restos de lo que alguna vez fue una calle. Lleva un abrigo rosa, descolorido por el humo, y sus manos pequeñas tiemblan más por el vacío que por el frío.
 
No hay nadie.
El viento se cuela por las ventanas sin cristales, silbando una melodía que parece llorar.
 
De pronto, entre los escombros, un destello distinto.
Un piano. Rosa también. Golpeado, con teclas rotas y heridas en su madera.
La niña se acerca despacio, como si temiera que fuera un espejismo, un recuerdo demasiado bello para existir en medio de tanta ruina.
 
Apoya sus dedos sobre las teclas cubiertas de polvo. Una suena, débil, quebrada.
Otra responde, como un lamento.
 
Entonces ella sonríe —apenas, como quien recuerda algo que no sabía que recordaba— y toca.
No sabe música, pero el sonido basta.
Es el único sonido vivo en toda la ciudad.
 
Las notas se elevan entre los edificios destruidos, rebotan contra los muros rotos y parecen despertar a las piedras dormidas. La niña cierra los ojos.
Imagina que su madre la escucha, que su padre vuelve con el pan caliente, que la guerra ha sido solo una pesadilla que ya termina.
 
El piano sigue sonando, aunque desafine, aunque duela.
Y allí, en medio del desastre, la melodía del piano rosa se convierte en algo más fuerte que las bombas:
un recuerdo que se niega a morir,
una esperanza que aún respira.
 
La Maja vestida de Goya

M


 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Acreditación Oficial Informador Turístico
 (N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


No hay comentarios:

Publicar un comentario