Templarios (La traición clama venganza) - Más de 700 años siendo almas errantes...
En las antiguas callejuelas de Toledo, donde las sombras se alargaban entre los arcos de herradura y las torres de las iglesias, cabalgaba el hermano Rodrigo de Villaseca, caballero templario al servicio de la Orden del Temple.
Toledo, ciudad de las tres culturas, era también un enclave estratégico para la orden, que allí mantenía una encomienda floreciente y una red de apoyo a los peregrinos que cruzaban la península rumbo a Tierra Santa.
Rodrigo había combatido en Siria y defendido Acre antes de su caída. Tras su regreso, fue destinado a la encomienda de Toledo, donde se encargaba de custodiar documentos, recaudar rentas y mantener la disciplina entre los hermanos. La vida allí era más tranquila, pero las noticias que llegaban de Francia eran inquietantes.
En 1307, el rumor se convirtió en realidad: el rey Felipe IV de Francia, agobiado por las deudas contraídas con la orden, había iniciado una persecución brutal contra los templarios.
Con la ayuda de su consejero Guillermo de Nogaret, Felipe acusó a los templarios de herejía, idolatría y otros crímenes infames, basándose en confesiones obtenidas bajo tortura y en testimonios de traidores como Esquieu de Floyran, un exmiembro de la orden que vendió información falsa al monarca.
Rodrigo, al enterarse de la detención del Gran Maestre Jacques de Molay y de la disolución de la orden en 1312 por el papa Clemente V, sintió cómo se desmoronaba el mundo que había conocido.
La traición no solo venía de enemigos externos; algunos hermanos, bajo tortura o por ambición, habían delatado a sus propios compañeros. La lealtad, pilar fundamental de la orden, se había quebrado.
En Toledo, la encomienda fue desmantelada, y los bienes de la orden confiscados. Rodrigo, perseguido y deshonrado, se refugió en las montañas cercanas, donde vivió sus últimos días meditando sobre la traición y la caída de la orden que había jurado servir.
Su historia, como la de muchos templarios, quedó envuelta en el misterio y la leyenda, recordándonos que incluso los más nobles pueden ser víctimas de la ambición y la traición.
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