jueves, 26 de junio de 2025

Yo, la espada de la luz... Viajé en las Cruzadas hasta Jerusalén..

Yo, la espada de la luz... Viajé en las Cruzadas hasta Jerusalén..
 
 
"Yo, la espada de la luz"
 
Fui nacida en fuego, en las entrañas de una fragua toledana, cuando los hombres aún creían que el hierro podía llevar la voluntad de Dios. Mi hoja fue templada con agua del Tajo y el sudor de un maestro forjador que hablaba poco, pero rezaba mientras martillaba. Con cada golpe, su fe se fundía en mí. Me llamó "Luz de Sión", y ese nombre grabaron en mi espiga junto a una cruz flordelisada.
 
Mi primer dueño fue un caballero castellano, Don Rodrigo Sánchez. Un hombre de ojos oscuros y cicatrices viejas, que hablaba con su caballo más que con los hombres. Cuando partimos a las Cruzadas, dejábamos atrás Castilla para buscar la tumba de un carpintero crucificado, en una ciudad que ardía bajo el sol y la sangre: Jerusalén.
 
 
Yo corté cadenas y carne, sentí el crujido de armaduras y el silencio de los moribundos. No soy inocente: he matado. He sentido manos temblorosas aferrarse a mi empuñadura con fe o con miedo. Fui alzada en la cima de la ciudad santa, entre los gritos de victoria y los lamentos de quienes la perdieron. La sangre de infieles y cristianos me cubrió por igual.
 
Pero toda gloria es breve. Don Rodrigo cayó en una emboscada en un desfiladero sirio, y otro me tomó. Y otro después. Fui cambiando de manos como el oro y el pecado. Viajé de vuelta a Europa, en la vaina de un templario francés. Terminé en manos de un clérigo corrupto que me cambió por vino y mujeres. Y así, de noble cruzado pasé a ser instrumento de ladrones, reliquia olvidada, chatarra abandonada.
 
 
Durante siglos dormí. Enterrada bajo la maleza y la tierra de Castilla, cerca de un viejo roble al que ya nadie miraba. Las lluvias me oxidaban, pero mi alma de acero seguía viva. A veces soñaba con el canto de los muecines, el bronce de las cúpulas de Jerusalén, o el frío beso del acero en combate.
 
Hasta que una tormenta quebró el cielo.
 
La tierra se abrió un poco, y mis runas antiguas brillaron bajo el lodo. Fue un niño quien me encontró. Tenía barro hasta las rodillas y miedo en los ojos. Pero sus manos no temblaban. Me sacó como si desenterrara un tesoro.
 
—Mira, abuelo... ¡una espada!
 
Y en sus palabras sentí algo que no había sentido en siglos: esperanza.
 
 
Ahora descanso en su habitación, sobre una manta con dragones dibujados. Él me limpia cada tarde con un trapo viejo, y dice que algún día será caballero. Yo, que he cruzado desiertos y templos, que he bebido la sangre de reyes y ladrones, me dejo cuidar por un niño que sueña con héroes.
 
Quizás aún no ha terminado mi lucha.
Quizás no todas las batallas se libran con filo.
 
Pero si algún día me alza, sabré que la Luz de Sión aún vive.
 


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