viernes, 15 de agosto de 2025

"La quietud de Toledo" (Invasión Alienígena) - Introducción (Parte I)

"La quietud de Toledo" (Invasión Alienígena) - Introducción (Parte I)
 
 
Toledo amanecía como siempre: sus calles empedradas todavía húmedas del rocío, las campanas llamando a misa, y el murmullo lejano del Tajo acariciando la muralla. Pero desde hacía unas semanas, algo invisible se había instalado en el aire. Una sensación de que los ojos te seguían en cada esquina, incluso cuando no había nadie.
 
Los primeros en notar el cambio fueron los vecinos más antiguos. El señor Julián, que nunca faltaba al café en la plaza de Zocodover, había dejado de saludar. Sentado en una mesa apartada, miraba fijamente a las palomas como si buscara entenderlas. A los pocos días, otros comenzaron a mostrar el mismo comportamiento: silencio, aislamiento, una extraña rigidez en los movimientos.
 
 
Nadie lo relacionó al principio, hasta que un joven periodista de La Tribuna de Toledo, investigando un caso de desapariciones, fue testigo de lo imposible. En un callejón junto al Alcázar, vio cómo la silueta de una mujer se desgarraba como una tela húmeda, revelando algo que no pertenecía a este mundo:
 
Ojos verdes enormes y llenos de brillo líquido, piel gris clara cubierta por un caparazón liso azul grisáceo que reflejaba una luz cian que no provenía del sol, y dos tentáculos serpentinos que nacían de su cabeza y se movían con voluntad propia.
 
 
Antes de que pudiera reaccionar, la criatura se inclinó hacia un hombre inconsciente en el suelo. Su cuerpo se deshizo en un humo plateado que lo cubrió por completo. Cuando el vapor se disipó, allí estaba el hombre… pero algo en su mirada no encajaba. Vacía. Carente de calor humano.
 
A partir de entonces, todo fue más rápido. Los nuevos “vecinos” imitaban a la perfección a los originales, pero no interactuaban más de lo necesario. No reían, no discutían, no se tocaban. Las conversaciones morían en monosílabos. Poco a poco, Toledo se convirtió en una ciudad donde cada puerta cerrada parecía esconder algo más que soledad.
 
Los pocos humanos que quedaban empezaron a vivir con el terror constante de no saber quién era todavía humano. El carnicero que siempre les fiaba… ¿o ya un impostor? La maestra que enseñaba a sus hijos… ¿o un espía del otro lado?
 
 
La intención de los visitantes era clara: no conquistar con armas, sino en silencio. Sustituir, uno a uno, hasta que la Tierra entera fuera suya y nadie pudiera recordar cuándo empezó.
 
En las madrugadas más frías, algunos decían ver, desde el Puente de San Martín, una luz cian ascendiendo desde el casco antiguo hacia el cielo, como si algo enorme respirara en la oscuridad.
 
Pero nadie salía a comprobarlo.
 
Porque en Toledo… ya no quedaba nadie en quien confiar.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Guía de Montaña


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