Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte IV)
Valle de El Real de San Vicente
En un valle escondido entre sierras tranquilas,
descansa El Real de San Vicente, sereno y antiguo,
allí donde el aire se limpia de prisas
y la vida respira al ritmo del trigo.
Sus casas, de tejas cansadas y muros sinceros,
guardan historias contadas al calor del hogar;
viejas costumbres que siguen latiendo,
como un corazón rural que no quiere cambiar.
La naturaleza lo envuelve con brazos verdes,
senderos que huelen a jara y romero,
y el canto de los pájaros, dueño del alba,
se derrama en el valle como un salmo ligero.
Allí el tiempo pasa sin herir, solo enseñando,
y cada tarde, cuando el sol besa el monte,
parece que el pueblo entero se queda soñando
bajo un cielo limpio que toca el horizonte.
El Real, tierra humilde, cuna de calma verdadera,
donde aún se vive despacio, profundo y presente;
un rincón del mundo que guarda en su acera
la belleza sencilla de lo eternamente permanente.
Con los años, los rostros cambiaron, pero las historias siguieron repitiéndose. Vi llegar la luz eléctrica de verdad, y mis mechas de gas quedaron atrás, encendidas solo en los recuerdos. Los niños crecieron, y algunos se fueron, buscando suerte en ciudades lejanas, mientras otros volvieron con sus propias familias.
He observado cómo los comercios abren y cierran, cómo los bares se llenan de risas y conversaciones que se pierden en la noche. Los árboles que plantaron cuando yo era joven ya se alzan orgullosos, y los adoquines de la plaza ahora brillan al sol como espejos.
También he visto cambios más silenciosos: la plaza se ha hecho más tranquila por las noches, los coches reemplazaron a los caballos, y las caras en los bancos hablan más de recuerdos que de planes. Sin embargo, a pesar del tiempo, el espíritu del pueblo sigue intacto: la gente sigue reuniéndose, contando historias, celebrando fiestas, y yo sigo aquí, alumbrando con mi luz antigua, guardando memorias de casi un siglo.
Sí, he visto mucho. He visto cómo el tiempo transforma y, aun así, cómo algunas cosas nunca cambian.
Siempre quise ser otra vez un niño,
correr descalzo entre risas y viento,
sin cargas en los hombros,
sin relojes que persiguieran mis días.
No conocía la sombra de las preocupaciones,
cada amanecer era un regalo,
cada nube, un castillo en el cielo,
cada instante, un universo de felicidad.
El tiempo no pasaba tan deprisa,
y el mundo parecía infinito,
lleno de secretos y maravillas,
una edad donde la inocencia reinaba.
Oh, ser niño otra vez…
sentir que los días se estiran como caramelos,
que los sueños caben en los bolsillos,
y que basta una sonrisa
para llenar el corazón de todo lo que importa.
A veces me siento sola, y el silencio pesa en la habitación, pero entonces levanto la vista y ahí estáis, dispersos por el firmamento, como un mapa invisible que me guía. Os quiero mucho, aunque el tiempo y la distancia nos hayan separado. Aunque ya no estéis conmigo, no os olvido.
Y mientras permanezca la noche y las estrellas sigan brillando, seguiré hablándoos en pensamientos, sintiendo que, de algún modo, vuestra luz me devuelve la esperanza, el amor y la memoria de lo que fuimos. Porque aunque ya no pueda tocaros, vuestra presencia sigue viva en mi corazón.
Soy un iceberg que vaga, silencioso y frío,
arrastrado por mares que no conocen abrigo,
más de un siglo a la deriva,
con historias atrapadas en mi corazón de hielo.
He visto barcos surcar mis aguas,
sus mástiles rozando el cielo como dedos curiosos,
he sentido pasos humanos acercarse temblorosos,
y sobre mi lomo, aves que descansan,
dejando sus cantos sobre mi piel helada.
El sol me derrite a veces en sus caricias,
la luna me dibuja sombras de plata,
y cada ola me recuerda que soy pasajero
de un mundo que gira sin detenerse.
A pesar del tiempo, guardo secretos,
susurros de mares lejanos,
rostros que se perdieron en la distancia,
momentos que flotan en mi memoria
como burbujas de aire atrapadas en cristal.
Soy un iceberg que observa,
silencioso guardián de historias perdidas,
y aunque el mundo cambie a mi alrededor,
yo sigo aquí, a la deriva,
mirando el horizonte con ojos de hielo,
esperando que alguien escuche
el latido del tiempo en mi alma congelada.
que antaño mi luz al viento di,
ahora yermo, corroído por el tiempo,
mi vigilia es sombra, mi brillo, olvido.
Las olas me cuentan secretos antiguos,
susurros de barcos que nunca volverán,
y yo escucho, aunque ya no guío,
mi lámpara apagada, mi alma a la mar.
El viento me roe los muros cansados,
la lluvia dibuja cicatrices en mi piel,
y aún así, día tras día,
mi mirada sigue el vaivén de los mares.
He visto tormentas que doblan horizontes,
amaneceres que incendian la espuma,
y aunque ya no enciendo luces para los hombres,
mi corazón de piedra late con la bruma.
¡Oh tiempo cruel! Me llevaste la fuerza,
dejaste solo recuerdos y ecos en mi interior,
pero mientras el mar cambie y respire,
yo seguiré mirando, triste faro, guardián sin luz.
Hoy estoy sola, abandonada por manos que ya no me limpian, por ojos que ya no me miran. Mi única compañía son el sol que me acaricia cada mañana, la luna que me cubre con su manto plateado cada noche, los pájaros que cantan sus historias en mis ramas y las flores que asoman tímidas desde el jardín, buscando mi mirada.
Aun así, no me siento vacía. Cada rayo de luz, cada susurro del viento, cada flor que me saluda me recuerda que sigo siendo testigo, guardiana de un mundo que pasa, cambia y vuelve a florecer. Y mientras siga mirando, seguiré viviendo, aunque nadie abra ya mis hojas de madera.
En la arena dibujé tu nombre,
con trazos suaves, con manos temblorosas,
y la palabra amor se alzó luminosa
bajo el sol que nos miraba callado.
Las olas vinieron, despacio, juguetonas,
acariciando los bordes de mi dibujo,
susurrando secretos de tiempos lejanos,
y poco a poco, borraron lo que era nuestro.
Así pasa con el desamor,
como el mar que borra sin rencor,
como el viento que despeina la esperanza,
como la lluvia que se lleva las flores marchitas.
Queda la playa, quedo el recuerdo,
quedan los pasos que dimos juntos,
pero la palabra escrita, aquella chispa,
se disuelve en la espuma,
y el corazón aprende a mirar el horizonte
donde siempre vuelve la calma.
Nunca dejes de soñar...





















































