jueves, 20 de noviembre de 2025

Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte IV)

Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte IV)

EL REAL DE SAN VICENTE 
(TOLEDO
 

Valle de El Real de San Vicente

En un valle escondido entre sierras tranquilas,
descansa El Real de San Vicente, sereno y antiguo,
allí donde el aire se limpia de prisas
y la vida respira al ritmo del trigo.

Sus casas, de tejas cansadas y muros sinceros,
guardan historias contadas al calor del hogar;
viejas costumbres que siguen latiendo,
como un corazón rural que no quiere cambiar.

La naturaleza lo envuelve con brazos verdes,
senderos que huelen a jara y romero,
y el canto de los pájaros, dueño del alba,
se derrama en el valle como un salmo ligero.

Allí el tiempo pasa sin herir, solo enseñando,
y cada tarde, cuando el sol besa el monte,
parece que el pueblo entero se queda soñando
bajo un cielo limpio que toca el horizonte.

El Real, tierra humilde, cuna de calma verdadera,
donde aún se vive despacio, profundo y presente;
un rincón del mundo que guarda en su acera
la belleza sencilla de lo eternamente permanente.





 
La Vieja farola
 
Hace casi cien años que me clavaron en esta plaza, con mis brazos de hierro y mi corazón de luz, y desde entonces he visto el latido de este pequeño pueblo de Toledo. Al principio, mis destellos eran tímidos; las calles estaban llenas de polvo, niños corriendo descalzos y carros de madera que crujían al pasar. Las casas eran bajas, con tejas rojas gastadas por el sol y chimeneas que humeaban sin descanso.
 
Con los años, los rostros cambiaron, pero las historias siguieron repitiéndose. Vi llegar la luz eléctrica de verdad, y mis mechas de gas quedaron atrás, encendidas solo en los recuerdos. Los niños crecieron, y algunos se fueron, buscando suerte en ciudades lejanas, mientras otros volvieron con sus propias familias.
 
He observado cómo los comercios abren y cierran, cómo los bares se llenan de risas y conversaciones que se pierden en la noche. Los árboles que plantaron cuando yo era joven ya se alzan orgullosos, y los adoquines de la plaza ahora brillan al sol como espejos.
 
También he visto cambios más silenciosos: la plaza se ha hecho más tranquila por las noches, los coches reemplazaron a los caballos, y las caras en los bancos hablan más de recuerdos que de planes. Sin embargo, a pesar del tiempo, el espíritu del pueblo sigue intacto: la gente sigue reuniéndose, contando historias, celebrando fiestas, y yo sigo aquí, alumbrando con mi luz antigua, guardando memorias de casi un siglo.
 
Sí, he visto mucho. He visto cómo el tiempo transforma y, aun así, cómo algunas cosas nunca cambian.
 

 
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VOLVER A SER NIÑOS
 
 
Ser otra vez un niño
 
Siempre quise ser otra vez un niño,
correr descalzo entre risas y viento,
sin cargas en los hombros,
sin relojes que persiguieran mis días.
 
No conocía la sombra de las preocupaciones,
cada amanecer era un regalo,
cada nube, un castillo en el cielo,
cada instante, un universo de felicidad.
 
El tiempo no pasaba tan deprisa,
y el mundo parecía infinito,
lleno de secretos y maravillas,
una edad donde la inocencia reinaba.
 
Oh, ser niño otra vez…
sentir que los días se estiran como caramelos,
que los sueños caben en los bolsillos,
y que basta una sonrisa
para llenar el corazón de todo lo que importa.
 





 
Miro al cielo y están allí
 
Miro al cielo y estáis ahí. Siempre lo estáis, en cada chispa de luz que titila en la noche, en cada estrella que parece parpadear justo cuando cierro los ojos. Cada luz brillante me recuerda una mirada vuestra, un recuerdo que me abrazó, una sonrisa que me llenó de calor, un momento que guardé como un tesoro.
 
A veces me siento sola, y el silencio pesa en la habitación, pero entonces levanto la vista y ahí estáis, dispersos por el firmamento, como un mapa invisible que me guía. Os quiero mucho, aunque el tiempo y la distancia nos hayan separado. Aunque ya no estéis conmigo, no os olvido.
 
Y mientras permanezca la noche y las estrellas sigan brillando, seguiré hablándoos en pensamientos, sintiendo que, de algún modo, vuestra luz me devuelve la esperanza, el amor y la memoria de lo que fuimos. Porque aunque ya no pueda tocaros, vuestra presencia sigue viva en mi corazón.
 

 
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FOTOS RECUERDOS
 
 
El iceberg viajero
 
Soy un iceberg que vaga, silencioso y frío,
arrastrado por mares que no conocen abrigo,
más de un siglo a la deriva,
con historias atrapadas en mi corazón de hielo.
 
He visto barcos surcar mis aguas,
sus mástiles rozando el cielo como dedos curiosos,
he sentido pasos humanos acercarse temblorosos,
y sobre mi lomo, aves que descansan,
dejando sus cantos sobre mi piel helada.
 
El sol me derrite a veces en sus caricias,
la luna me dibuja sombras de plata,
y cada ola me recuerda que soy pasajero
de un mundo que gira sin detenerse.
 
A pesar del tiempo, guardo secretos,
susurros de mares lejanos,
rostros que se perdieron en la distancia,
momentos que flotan en mi memoria
como burbujas de aire atrapadas en cristal.
 
Soy un iceberg que observa,
silencioso guardián de historias perdidas,
y aunque el mundo cambie a mi alrededor,
yo sigo aquí, a la deriva,
mirando el horizonte con ojos de hielo,
esperando que alguien escuche
el latido del tiempo en mi alma congelada.
 


 
El faro dormido
 
Yo, viejo faro, de piedra y sal,
que antaño mi luz al viento di,
ahora yermo, corroído por el tiempo,
mi vigilia es sombra, mi brillo, olvido.
 
Las olas me cuentan secretos antiguos,
susurros de barcos que nunca volverán,
y yo escucho, aunque ya no guío,
mi lámpara apagada, mi alma a la mar.
 
El viento me roe los muros cansados,
la lluvia dibuja cicatrices en mi piel,
y aún así, día tras día,
mi mirada sigue el vaivén de los mares.
 
He visto tormentas que doblan horizontes,
amaneceres que incendian la espuma,
y aunque ya no enciendo luces para los hombres,
mi corazón de piedra late con la bruma.
 
¡Oh tiempo cruel! Me llevaste la fuerza,
dejaste solo recuerdos y ecos en mi interior,
pero mientras el mar cambie y respire,
yo seguiré mirando, triste faro, guardián sin luz.
 


 
Soy la ventana abandonada
 
Soy la ventana que ha visto demasiado. He sido testigo de risas, de lágrimas, de secretos que se susurraban en voz baja y promesas que el tiempo se llevó. Esta vieja casa centenaria me cobija, aunque sus muros crujen y mis cristales tiemblan con el viento.

Hoy estoy sola, abandonada por manos que ya no me limpian, por ojos que ya no me miran. Mi única compañía son el sol que me acaricia cada mañana, la luna que me cubre con su manto plateado cada noche, los pájaros que cantan sus historias en mis ramas y las flores que asoman tímidas desde el jardín, buscando mi mirada.

Aun así, no me siento vacía. Cada rayo de luz, cada susurro del viento, cada flor que me saluda me recuerda que sigo siendo testigo, guardiana de un mundo que pasa, cambia y vuelve a florecer. Y mientras siga mirando, seguiré viviendo, aunque nadie abra ya mis hojas de madera.




 
Y escribí en la arena "Amor"
 
En la arena dibujé tu nombre,
con trazos suaves, con manos temblorosas,
y la palabra amor se alzó luminosa
bajo el sol que nos miraba callado.
 
Las olas vinieron, despacio, juguetonas,
acariciando los bordes de mi dibujo,
susurrando secretos de tiempos lejanos,
y poco a poco, borraron lo que era nuestro.
 
Así pasa con el desamor,
como el mar que borra sin rencor,
como el viento que despeina la esperanza,
como la lluvia que se lleva las flores marchitas.
 
Queda la playa, quedo el recuerdo,
quedan los pasos que dimos juntos,
pero la palabra escrita, aquella chispa,
se disuelve en la espuma,
y el corazón aprende a mirar el horizonte
donde siempre vuelve la calma.
 


 
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Nunca dejes de soñar...
Orgullo es... realizar tus sueños pese a las adversidades...
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Acreditación Oficial Informador Turístico
 (N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte III)

Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte III)

EL REAL DE SAN VICENTE
(TOLEDO)
 


 
Fuente Toledana

En la calma antigua de una plaza dormida,
se alza una fuente toledana, guardiana de la vida.
De piedra centenaria, gastada por los años,
sus bordes cuentan cuentos de viejos olores y antaños.

Por sus caños brota el agua, limpia, fresca y clara,
como un suspiro eterno que al alma siempre ampara.
Canta al caer despacio, murmurando en su caída,
la historia de un pueblo entero que en su rumor anida.

La besa el sol al alba, la cubre la luna en vela,
y en cada gota un reflejo de la ciudad de novela.
Fuente noble, silenciosa, testigo de tantas eras,
tu voz de plata perdura, aunque el tiempo nunca espera.

Que sigan tus aguas puras fluyendo sin desvarío,
que beban de tu memoria los pasos sobre el camino.
Oh fuente toledana, vieja y siempre nueva,
tu canto es el pulso suave que a Toledo se le eleva.


 
El Tejado centenario de un corral
 
Sobre el tejado centenario del corral descansa la memoria.
 
Ha visto el trasiego constante del huerto vecino,
donde la tierra respira y ofrece su fruto humilde.
Allí crecieron tomates, ajos y pimientos orgullosos,
mientras él guardaba silencio bajo el sol del mediodía.
 
Bajo sus tejas se albergaron cabras inquietas,
ovejas mansas que balaban al alba,
cerdos gordezuelos y burros de paso tranquilo,
todos dejando su rastro en las horas del campo.
 
Por encima, como sombras ligeras,
los gatos cruzaron mil veces su lomo de barro cocido,
en cacerías sigilosas o en sueños calentados por el sol.
Y los pájaros, eternos visitantes,
posaron su música breve en cada amanecer.
 
Así, el tejado del corral sigue siendo testigo,
de un mundo pequeño, sencillo y lleno de vida.
 


 
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EL AMOR TOLEDANO
 


 
Dos siluetas unidas
 
Dos siluetas unidas por un gesto sencillo: la mano de uno en la del otro. No hace falta ver sus rostros para entender que ese lazo no empezó ayer. Lo dicen las muñecas, marcadas por pulseras gastadas, iguales desde hace años, y lo dice también la forma en que sus dedos encajan: no con la torpeza de un encuentro reciente, sino con la naturalidad de quien ha crecido así.
 
Ellos se conocieron cuando todavía corrían descalzos por las calles del pueblo, cuando el mundo cabía en una pelota, una bicicleta y un verano infinito. Desde entonces, siempre caminaron lado a lado. Primero como compañeros de juegos, luego como cómplices de secretos, más tarde como adolescentes que descubrieron que la risa del otro tenía un lugar especial dentro del corazón.
 
A lo largo del tiempo se fueron convirtiendo en refugio mutuo. Estuvieron juntos cuando las primeras dudas aparecieron, cuando cada uno empezó a trazar su camino, cuando la vida los puso a prueba con distancias, miedos y silencios. Pero, aun así, nunca soltaron esa mano.
 
Y ahora, muchos años después, siguen avanzando así: unidos por un gesto que para los demás quizá sea solo una imagen bonita, pero que para ellos es un pacto silencioso. Esa mano entrelazada contiene todo lo que han sido y todo lo que anhelan ser. Es la certeza de que, aunque el mundo cambie alrededor, ellos siguen siendo los mismos niños que un día se encontraron… y decidieron no separarse jamás.
 

 
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Campo de amapolas
 
El amanecer llegó despacio, como si el sol tuviera cuidado de no despertar demasiado brusco al campo. Primero fue una línea tenue en el horizonte, un susurro dorado que empezó a deshacer la sombra de la noche. Luego, poco a poco, la luz se extendió como un abrazo cálido sobre las colinas.
 
El campo de amapolas despertó entonces con un estremecimiento leve. Sus pétalos, tan frágiles como alas recién abiertas, comenzaron a encenderse con tonos rojos intensos. Era como si cada flor guardara un pedacito de fuego y, al salir el sol, lo liberara para pintar el paisaje.
El viento, suave y aún frío, se deslizó entre ellas, haciendo que el campo entero se meciera como un mar carmesí. Cada movimiento parecía un latido, una respiración compartida con la mañana.
 
Allí, en medio de aquel océano rojo, la vida se sentía recién estrenada. No había ruido, salvo el murmullo de la brisa y algún pájaro madrugador que saludaba al nuevo día. El sol, ya más alto, derramó su luz dorada sobre cada amapola, convirtiendo el campo en un cuadro vibrante que parecía casi irreal.
 
Mientras la mañana avanzaba, las flores se abrían del todo, orgullosas, erguidas, como si celebraran haber sobrevivido a otra noche. Y en ese instante perfecto —entre la luz naciente, el aire fresco y la intensidad roja que lo llenaba todo— el mundo parecía detenerse, recordando que también sabe ser bello sin prisa, sin hacer ruido, solo floreciendo.
 


 
Rosa de Cera y Llama

Bajo el peso tibio de la cera derretida,
una mano sostiene la rosa que no arde.
La luz cae sobre sus pétalos dormidos,
como un secreto que el fuego guarda y no comparte.
 
La vela llora hilos dorados,
lágrimas que tiemblan antes de caer,
mientras la flor se eleva desde el agua tranquila,
como si la vida naciera al renacer.
 
Entre sombra y fulgor, la rosa respira,
protegida por la palma que la sueña.
Y en su tallo verde vibra un misterio:
la unión de lo que quema y lo que llena.
 
Porque hay amores que se sostienen así,
entre el riesgo del fuego y la calma del agua,
entre lo que se consume y lo que florece,
entre el dolor que funde y la esperanza que alumbra.
 
 
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Nunca dejes de soñar...
Orgullo es... realizar tus sueños pese a las adversidades...
 
 
David Miguel Rubio
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