martes, 8 de julio de 2025

El espectro de la Monja de Toledo - Leyenda toledana

El espectro de la Monja de Toledo
Leyenda toledana
 
 
Cuentan los más viejos del lugar que, en una empinada cuesta del casco antiguo de Toledo, allá donde las sombras parecen más densas y el eco de los pasos resuena entre piedras milenarias, se alzaba un humilde convento de clausura: el Convento de Santa Justa y Rufina. 
 
En sus muros vivían en recogimiento una docena de monjas que habían consagrado su vida al silencio, la oración… y a custodiar un secreto sagrado que jamás llegó a conocerse del todo.
 
Pero la paz se quebró una noche sin luna.
 
 
Un grupo de ladrones, sabedores de que en los sótanos del convento se escondía algo de gran valor —dicen que un relicario de oro traído de Tierra Santa—, irrumpió entre las sombras con antorchas y acero.
 
No buscaban redención, solo saqueo. Para borrar toda huella de su crimen, prendieron fuego al convento, sellando las puertas para que nadie escapase. Los gritos desesperados de las hermanas se fundieron con el crepitar de las llamas y el tañido agónico de la campana mayor, que repicó hasta fundirse entre los escombros.
 
Desde entonces, las noches toledanas no volvieron a ser iguales.
 
Porque dicen —y quien lo ha visto tiembla al contarlo— que cuando el reloj da la medianoche y la niebla baja a cubrir las callejuelas, se aparece una figura vestida con hábito quemado, el rostro cubierto por un velo ennegrecido… y en la mano, alzado como símbolo de juicio, un crucifijo que acaba en una afilada punta de acero.
 
 
Es la Monja del Crucifijo, el espectro de la priora que murió con todas sus hermanas entre fuego y plegarias, traicionadas por la codicia.
 
No busca rezos. No busca piedad. Solo castigo.
 
Los que rondan a deshoras con malas intenciones —ladronzuelos, bandidos, rufianes de taberna— comienzan a desaparecer sin dejar rastro. A la mañana siguiente, sus cuerpos son hallados desangrados en portales y callejones, con una sola herida precisa, mortal... y un crucifijo de madera sobre el pecho.






Las gentes de bien evitan salir de noche. Las puertas se cierran con doble cerrojo, y hasta los más duros criminales rehúsan internarse en las callejas más antiguas del barrio de San Miguel o del Pozo Amargo.
 
Porque saben que ella está ahí.
Porque saben que vigila.
Y porque nadie puede huir del juicio de la Monja de Toledo.
 


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