Mujeres Talaveranas (Dibujos con Movimiento) - Un sueño hecho realidad...
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lunes, 13 de octubre de 2025
Mujeres Talaveranas (Dibujos con Movimiento) - Un sueño hecho realidad...

domingo, 12 de octubre de 2025
Fotografías "increíbles" - Lo que no te esperas... (Oct 25)

jueves, 9 de octubre de 2025
Un farol en el cielo (Lunas de Otoño) - El Real de San Vicente (Toledo)

lunes, 6 de octubre de 2025
Lo que nunca imaginaste (Fotografías con vida) - Provincia de Toledo
Lo que nunca imaginaste (Fotografías con vida) - Provincia de Toledo
El Baúl de las fotografías dormidas
En un rincón polvoriento de un desván de una vieja casa de piedra, donde el eco del tiempo parecía dormir entre las vigas, reposaba un baúl. Era de madera oscura, con herrajes oxidados y un candado que hacía décadas había perdido su llave. Nadie recordaba ya quién lo cerró por última vez, ni qué guardaba dentro. Pero el silencio lo envolvía con un aire de secreto y de espera.
Una tarde, cuando el sol empezaba a teñir de oro los tejados de Hinojosa, alguien —quizá un nieto curioso o un viajero perdido— decidió abrirlo. Bastó un leve crujido para que el polvo danzara en el aire, como si despertaran diminutos espíritus dormidos entre las motas de luz.
Dentro, cuidadosamente apiladas, había fotografías antiguas. Eran imágenes en sepia, bordes desgastados, rostros casi borrados por el tiempo. Pero algo en ellas vibraba aún. En la primera se veía la silueta del Piélago, coronando la Sierra de San Vicente con su manto de pinos. En otra, el campanario de El Real de San Vicente, recortado contra un cielo que parecía respirar. Había también retratos de labradores, mujeres con pañuelos negros, niños descalzos riendo en caminos de tierra.
Cuando el aire fresco de la tarde rozó el papel de una de aquellas fotos, sucedió algo imposible.
Las imagenes comenzaron a moverse. Primero temblaron... como si un soplo las agitara, luego los tonos sepia se llenaron de color, y de pronto, el paisaje saltó del papel. Los montes brotaron de la madera del baúl como si la tierra misma lo reclamara; el murmullo de los pinares llenó la habitación, el sonido de un arroyo bajando del monte Besante se mezcló con el canto lejano de un mochuelo.
Las demás fotografías, como contagiadas por un mismo hechizo, comenzaron a desplegarse también.
El Castillo de San Vicente, con sus piedras centenarias, emergió majestuoso, mientras los vientos de antaño soplaban entre sus almenas.
Y durante unos minutos —o quizá horas, o décadas, porque el tiempo se detuvo—, la Sierra de San Vicente revivió completa, como si todo lo que fue aún habitara en aquel cofre.
Cuando el viento se calmó y las luces del atardecer se apagaron, las imágenes regresaron lentamente al baúl. Las montañas se plegaron de nuevo, las voces se desvanecieron, y solo quedó un leve aroma a tierra húmeda y pino en la habitación. El baúl se cerró sin ruido, pero quien lo abrió supo que ya nada sería igual.
Porque había aprendido que el pasado no se guarda: late, espera, y cuando alguien lo mira con el corazón abierto… vuelve a respirar.
