miércoles, 22 de octubre de 2025

Imágenes que se merecen tener vida... Y que nunca te imaginarías...

Imágenes que se merecen tener vida... Y que nunca te imaginarías...
 
Abderramán III
 
La bola de cristal "talaverana"
 
Atardecer en el Tajo
 
El Baúl de las Imágenes Dormidas
 
Nadie en el crucero reparó en el pequeño baúl de madera que la anciana llevaba consigo. Parecía un objeto sin valor, gastado por los años y el salitre, pero ella lo sostenía con la devoción con que se sostiene un relicario. Durante todo el viaje lo mantuvo cerca, como si dentro guardara algo más que simples fotografías.
 
Cuando el barco fondeó frente a una isla griega —una de esas que parecen hechas de mármol y viento—, la mujer descendió lentamente, arrastrando sus pasos por la arena dorada. Buscó una roca solitaria junto al mar, una roca hendida por el tiempo, y allí, con manos temblorosas, ocultó el baúl en su interior. Luego volvió al barco sin mirar atrás.
 
Esa noche, los dioses del Olimpo despertaron. Desde su morada en el monte, Atenea observó la isla y preguntó al aire quién había dejado aquel objeto que contenía retazos de memoria humana. 
 
Hermes, curioso como siempre, descendió en forma de brisa y abrió el baúl. Dentro halló cientos de fotografías: rostros sonrientes, miradas perdidas, mares lejanos, luces de ciudades que los dioses ya no recordaban.
 
—Imágenes sin alma —murmuró Apolo—. Ecos de lo que fue.
—O quizás semillas de lo que podría volver a ser —respondió Afrodita, que siempre veía vida donde otros veían ceniza.

 
Y así, uno a uno, los dioses tocaron las fotografías. Dionisio les infundió movimiento; Atenea, pensamiento; Apolo, luz. Hera les dio voz, y Poseidón, el temblor del agua. En la oscuridad de la roca, las imágenes comenzaron a moverse, a respirar, a murmurar nombres olvidados.
 
Las figuras de las fotografías se levantaron como reflejos líquidos y salieron de su encierro, dispersándose por la isla. Algunos caminaron hacia el mar, otros se perdieron entre los olivares, otros simplemente se desvanecieron con el amanecer.
 
Cuando el sol tocó la cima del monte Olimpo, el baúl quedó vacío. Solo quedaba en su fondo una leve bruma de plata y el perfume de un tiempo que ya no existía.
 
Nadie supo qué fue de aquellas imágenes vivientes. Algunos dicen que se transformaron en viajeros errantes, apareciendo en los sueños de los mortales; otros aseguran que los dioses las enviaron al pasado, para corregir la historia de los hombres.
 
Pero la anciana —de regreso en el barco, mirando el horizonte— sonrió. Sabía que el baúl ya no guardaba sus recuerdos, sino que los había devuelto al mundo. Y eso bastaba.
 
El árbol del amor
 
Luna y chimenea de pueblo
 
El mítico 600 "Toledano"
 
Camino de Guadalupe
 
El Hijo del Trueno


 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
 (N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


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