Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte IV)
GUÍAS TURÍSTICAS, RUTAS, MONUMENTOS Y PUEBLOS DE TOLEDO CON "ENCANTO" - Blog Cultural
ESPACIO PARA VIAJAR Y RECORDAR.... Conservemos siempre nuestro entorno. "PÁGINA CULTURAL DE LA PROVINCIA DE TOLEDO"
jueves, 20 de noviembre de 2025
Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte IV)
Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte III)
Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte III)
miércoles, 19 de noviembre de 2025
Diario de un abanico toledano viajero
Me llamo simplemente: "Abanico Toledano". Nací en una tienda de souvenirs de Toledo, colgado entre espadas brillantes y azulejos pintados a mano. Recuerdo el murmullo de los turistas, el eco de las calles estrechas y ese olor a historia que se cuela por cada rendija de la ciudad. Un día, unas manos cálidas me escogieron entre muchos. Me envolvieron con cuidado… y comenzó mi viaje.
Sigo siendo un humilde abanico, pero también un pequeño viajero. Cada vez que mis varillas de madera se abren, siento que cuento un pedacito de Toledo, ese que llevo conmigo a cada rincón donde me despliegan.
martes, 18 de noviembre de 2025
Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte II)
Hoy, la magia de dar movimiento a esas imágenes nos permite asomarnos a un pasado que creíamos inmóvil. Como si el tiempo, por un segundo, nos dejara volver a estar allí: en una plaza de la provincia de Toledo, en un patio lleno de verano, en una fiesta de pueblo donde resonaban risas que creíamos olvidadas.
Son pequeños milagros modernos que despiertan grandes nostalgias antiguas. Porque cada foto que vuelve a moverse no solo revive un recuerdo… revive una parte de nosotros.
En la Sierra de San Vicente, el otoño se despliega como un manto cálido que transforma cada sendero. Las hojas, teñidas de ocres, dorados y rojizos, cubren el suelo como una alfombra blanda que cruje bajo los pasos. Los castaños y robles, protagonistas silenciosos del bosque, elevan sus ramas hacia el cielo azul mientras dejan caer lentamente su vestido de temporada.
El aire huele a tierra húmeda y a castañas recién desprendidas, cuyas cúpulas erizadas se mezclan entre las hojas secas. El sol, todavía amable, se filtra entre las copas creando destellos que iluminan el camino serpenteante, invitando a avanzar con calma y a respirar la quietud del paisaje.
En cada rincón, el otoño parece hablar: susurra en el murmullo de las ramas, en el rumor de las hojas que se desploman, en la luz que cambia a cada paso. La Sierra de San Vicente se vuelve entonces un refugio de belleza efímera, un lugar donde la naturaleza recuerda que también en el ocaso de las estaciones hay una profunda armonía.
dejando huellas que nadie ve.
A veces roza la piel como un suspiro,
a veces duele
como la memoria que insiste en volver.
Los recuerdos,
esos pájaros tercos,
vuelan en círculos sobre mi pecho;
traen tu voz envuelta en bruma,
tu risa que aún abre ventanas
en habitaciones ya cerradas.
Y el amor…
qué breve soplo de eternidad,
qué fogata encendida en medio del invierno.
Ardió tan alto,
que incluso hoy su luz
tiñe de oro
las sombras que quedaron.
Pero todo lo hermoso aprende a irse:
la tarde se escurre,
la rosa cede sus pétalos al viento,
y tu nombre,
que un día fue ancla,
ahora es río.
Sin embargo,
en cada silencio del mundo
te guardo —no como herida,
sino como faro—,
porque hay amores que son efímeros
solo en presencia,
pero eternos
en recuerdo.
En la orilla donde el crepúsculo
tiñe al mar de sueños lentos,
descansa un frasco de malva luz,
destello de galaxias en silencio.
Su vidrio guarda un universo,
una espiral de polvo estelar,
donde flotan pétalos dorados
como pequeños soles en el mar.
Un tapón oscuro lo corona,
bruñido por noches antiguas,
y al abrirlo, el aire tiembla
con un murmullo de bruma y música tibia.
No es perfume, es travesía:
una esencia que desata el alma,
que rompe el hilo del horizonte
y afloja la gravedad del alba.
Basta una gota sobre la piel
para que el cuerpo quede dormido,
y el espíritu, suave y ligero,
cruce portales jamás vistos.
Entonces vuelas sobre mares púrpura,
rozando constelaciones diminutas,
y cada brizna de luz que nace
te susurra historias eternas y mudas.
Al regreso, el frasco espera,
silencioso, brillante, fiel,
con su magia latiendo despacio,
aguardando un nuevo amanecer.
Me llamo muy simplemente: "Abanico Toledano". Nací en una tienda de souvenirs de Toledo, colgado entre espadas brillantes y azulejos pintados a mano. Recuerdo el murmullo de los turistas, el eco de las calles estrechas y ese olor a historia que se cuela por cada rendija de la ciudad. Un día, unas manos cálidas me escogieron entre muchos. Me envolvieron con cuidado… y comenzó mi viaje.
Desde entonces he recorrido la Provincia de Toledo entera. He sentido el aire cálido de Talavera acariciar mis varillas, he visto los campos dorados de la Jara desde el asiento de un coche, he descansado en las sombras frescas de los Montes de Toledo. En la Sierra de San Vicente me abrieron para espantar el calor mientras mis colores brillaban bajo el sol. En Oropesa escuché historias antiguas de castillos; en Lagartera admiré los bordados que parecían saludarme; en Consuegra vi los molinos girar, como si fueran mis primos lejanos.
Sigo siendo un humilde abanico, pero también un pequeño viajero. Cada vez que mis varillas de madera se abren, siento que cuento un pedacito de Toledo, ese que llevo conmigo a cada rincón donde me despliegan.
Quiero se libre y olvidar... susurra la piel como un mapa. La espalda se alza amplia y silenciosa, un paisaje entero impreso sobre carne: árboles desnudos que nacen en la cintura y suben en líneas negras hasta encontrar la nuca, donde las raíces se convierten en venas, donde el cabello se confunde con ramas. En el centro, columpiándose entre dos ramas, una niña de espaldas mece sus piernas: pequeña, sola, ligera. Su vestido rosado es un punto de color en medio del invierno del resto; su columpio cuelga de hilos que parecen cuerdas de historias.
A la izquierda, bandadas de pájaros trazan rutas en el aire —algunos ya han partido, otros apenas se recortan contra la piel—; la derecha guarda sombras más densas, como una tarde que no quiere terminar. Aquí la luz cede y la piel pasa a ser cielo y tierra: la clavícula se vuelve rama; la columna, tronco; las omóplatos, acantilados desde donde despegan recuerdos.
Cada árbol tiene su memoria: el más alto, en la cintura, guarda las heridas de un invierno; los pequeños del borde, las risas cortas. Los pájaros llevan consigo palabras que nadie pronunció y migran hacia el borde de la imagen, alejando lo que pesa. La niña empuja con los pies, y con cada vaivén parece medir cuánto puede aguantar el viento antes de dejar ir.
La composición es un pacto entre fragilidad y vuelo: la espalda ofrece su paisaje como carta de despedida y la niña, en su impulso, aprende a soltar. Quiero se libre y olvidar... repite la voz, y entonces los árboles susurran, los pájaros abren sus alas y algo —un nombre, una culpa, una pena— se deja llevar hasta desaparecer en el horizonte.
Unión 17 Vídeos
Dos niños, en la rama que susurra en la arboleda,
columpian sus pies descalzos
mientras el mundo se hace pequeño
bajo un cielo sembrado de estrellas.
La luna, redonda y blanca,
parece acercarse a ellos
como si también quisiera escuchar
sus risas rotas en milagro.
Allí, donde el viento peina hojas
y la noche huele a sueño,
se quedan quietos, muy quietos,
con los ojos abiertos de infinito.
No hablan.
No hace falta.
La inocencia escribe sola
su poema sobre sus rostros.
Y la luna —ay, la luna—
que nunca preguntaba por el tiempo,
les regalaba historias de luz,
creyendo que serían niños para siempre.
Porque de niños
no nos cansábamos de ver la luna llena;
ella tampoco se cansaba
de mirarnos volver a creer.


























































.jpg)























