lunes, 7 de abril de 2025

El Castillo de San Vicente (Un relato del siglo XiV) - Entre Templarios y Musulmanes

El Castillo de San Vicente (Un relato del siglo XiV) - Entre Templarios y Musulmanes
 
 
Temed hermanos
pues pisáis tierras
regadas con sangre...
Porque hubo un tiempo
de conquistas
de guerras
de persecuciones
odios y venganzas...
Temed la noche
pues aquí vagan
sus almas errantes...
 
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Introducción
 
Hubo una época en donde desde aquí... se vigilaba que las tropas "almohades" no se acercaran a Talavera (que ya era de la "Reina"), en tiempos del rey Alfonso XI...
 
Lo único que se puede afirmar es que la "Orden del Temple" estuvo cerca del Pico de San Vicente, debido a la existencia de castillos templarios y su influencia en los pueblos cercanos. 
 
Pudo o no existir en la Abadía de San Vicente, una conexión con Caballeros del Temple.
 
Es posible que Caballeros Templarios pudieran a posteriori, haber estado en el castillo para su custodia pero esto sería tras el abandono de la Abadía Canonical de San Vicente (sobre el 1290) y los últimos años del temple (1312).
 
 
Caballeros de túnica blanca
y cruz roja
 
Era el año del Señor de 1313 cuando los templarios, caballeros de cruz y espada, coronaron los senderos escarpados que conducían al Pico de San Vicente. La bruma de la mañana se alzaba desde los valles, envolviendo la sierra en un velo de misterio. A medida que ascendían, los cascos de sus monturas resonaban contra la piedra húmeda, rompiendo el silencio que solo los vientos y los cuervos osaban perturbar.
 
Allí, sobre una cúspide que parecía desafiar a los cielos, se alzaba el castillo de San Vicente. A primera vista, era una fortaleza tosca, castigada por los siglos y por las guerras. Las almenas, gastadas por la lluvia y el olvido, se recortaban como dientes mellados contra el horizonte. No obstante, pese a su aspecto sombrío, la piedra resistía. Cada muro parecía hablar de antiguas batallas, de juramentos susurrados al amparo de la noche y de esperanzas que aún ardían, aunque fuera en brasas.
 
A los pies del castillo, dispersas como si fueran brotes de un suelo agreste, se hallaban chozas humildes, construidas con bloques de piedra irregular, techos de madera rústica y helechos trenzados que oficiaban de tejado. El humo que salía de sus pequeñas chimeneas serpenteaba hacia el cielo, llevando consigo el aroma de la leña húmeda y el pan cocido en hornos de barro.
 
 
Los soldados que custodiaban la fortaleza miraron con recelo la llegada de los templarios. Vestían jubones remendados y empuñaban lanzas más viejas que muchos de ellos. Eran hombres duros, curtidos por la escasez y la espera. Temían que las sombras del sur volvieran a crecer: se hablaba, en susurros, del avance de las tropas almohades, que como una marea oscura amenazaban con desbordar los campos de Castilla.
 
El prior templario, sir Alarico de Monfort, desmontó en silencio y alzó la vista hacia la torre más alta. Bajo su manto blanco, la cruz roja latía como una promesa. Sabía que aquel castillo, ruinoso pero firme, sería su bastión contra la tormenta que se avecinaba. Allí, entre piedra, helecho y acero, se escribiría una página más del eterno combate entre la luz y las tinieblas.
 
Perfecto, vamos a continuar la historia. Desarrollaré el momento en que los templarios se instalan en el castillo y comienzan a preparar la defensa junto a los soldados locales. También podemos empezar a perfilar un posible enfrentamiento con las tropas almohades.
 
 
El Presagio del Sur
  
Los templarios fueron recibidos en la sala del trono, un salón frío y amplio, donde las losas del suelo crujían bajo las botas y la humedad trepaba por los muros como una enfermedad antigua. Sir Alarico se reunió con el comandante del castillo, don Nuño de Vargas, un veterano de mirada dura y barba encanecida por el peso de los años más que por la edad.
 
—No esperábamos refuerzos tan pronto —dijo don Nuño, sirviéndose vino agrio en una copa de barro—. Tampoco sabíamos que aún quedaban templarios dispuestos a defender estas tierras olvidadas.
 
—No es la tierra lo que defendemos, sino lo que representa —respondió Alarico, con voz firme—. Aquí, donde parece que solo quedan ruinas, aún se mantiene el eco de la cristiandad. No lo dejaremos caer.
 
Los días siguientes estuvieron marcados por una agitación creciente. Se repararon los tramos más débiles de la muralla con madera de los bosques cercanos. Los templarios enseñaron a los soldados del castillo a reforzar las defensas con empalizadas de espino y a fabricar brea con resina y aceite rancio. Bajo la dirección de fray Martín, un templario de manos callosas y fe de hierro, se levantaron hogueras en las torres de vigilancia para enviar señales si los enemigos aparecían por los pasos del sur.
 
 
Cada noche, mientras el viento ululaba entre las piedras, los hombres oraban en la pequeña capilla del castillo. La cruz del altar, de hierro forjado y ennegrecida por el tiempo, parecía más pesada que nunca. Como si presintiera la sangre por venir.
 
Una tarde, mientras el sol se escondía tras los picachos, un joven centinela corrió hasta la torre este. Su rostro estaba pálido, sus palabras ahogadas por el miedo:
 
—¡Fuegos en el valle! ¡Han cruzado el río! ¡Los almohades vienen...!
 
Sir Alarico no dijo palabra. Se volvió hacia sus hombres, que ya estaban armados y listos. El retumbar de tambores lejanos comenzaba a llenar el aire, como un trueno que anunciaba la guerra.
 
—Entonces que vengan —murmuró—. El castillo de San Vicente no caerá esta noche.
 
Buenísima elección. Vamos a introducir un elemento místico: una antigua reliquia escondida en el castillo, que ha protegido el lugar durante siglos, y que está ligada al destino de quienes lo habitan. 
  
 
Continuamos la historia:
 
El Corazón de Piedra
 
La noche cayó como un sudario sobre el Pico de San Vicente. Las hogueras encendidas en las almenas lanzaban sombras danzantes que parecían figuras de otro mundo. Mientras los soldados se preparaban para lo inevitable, Alarico descendió solo a la cripta del castillo, guiado por los susurros de una historia que sólo los suyos conocían.
 
Según los archivos templarios, San Vicente no era solo una fortaleza: bajo sus cimientos dormía el Corazón de Piedra, una reliquia ancestral traída desde Tierra Santa. No era un corazón literal, sino un fragmento de roca negra, tallado con símbolos olvidados, que ardía levemente al tacto. Se decía que contenía el espíritu de un mártir —un guardián del umbral entre lo sagrado y lo profano.
 
En la penumbra de la cripta, tras un muro sellado hacía más de un siglo, Alarico encontró el altar cubierto de telarañas. El Corazón de Piedra reposaba en el centro, latente, como si supiera que el tiempo de su despertar se acercaba. Al tocarlo, Alarico sintió una oleada de visiones: un mar rojo de guerra, gritos lejanos, y sobre todo... una voz.
 
Una voz que no era humana ni del todo divina:
 
—Mientras el corazón permanezca, la sombra no reinará... pero si se rompe, ni los muros más altos resistirán el fuego del sur.
 
La reliquia no solo protegía el castillo: lo ligaba a la tierra misma. Era un faro espiritual, un nodo entre mundos. Pero también una maldición. Si caía en manos enemigas, la barrera que separaba el mundo de los hombres y el mundo de los espíritus se rompería.
 
Alarico salió de la cripta con los ojos encendidos de fervor. La batalla por San Vicente ya no era sólo una guerra de espadas y lanzas. Era una guerra por el equilibrio de las fuerzas invisibles que tejían el destino de los reinos.
 
Y esa noche, mientras los tambores almohades se oían a lo lejos, el Corazón de Piedra comenzó a latir más rápido.
 
 
Las Cruces de Piedra
 
La madrugada del asedio llegó envuelta en un silencio tenso. Las tropas almohades se desplegaron como una marea oscura a los pies del castillo, portando antorchas y estandartes con inscripciones que el viento hacía danzar como serpientes. Desde las almenas, los hombres del castillo esperaban en tensión, sus corazones golpeando al ritmo del tambor enemigo.
 
Sir Alarico, de pie junto al Corazón de Piedra, sintió que algo antiguo se agitaba en el aire. Sabía que no bastaría con el acero. El enemigo no solo buscaba conquista, sino profanación. Si tomaban el castillo, abrirían un umbral que no debía ser cruzado.
 
Reunió a sus hermanos templarios en la capilla. Allí, sobre el altar, colocaron la reliquia, y trazaron con sangre sobre sus pechos la cruz roja. Alarico alzó su espada hacia la bóveda agrietada.

 
—Hoy no luchamos por muros, sino por el alma de estas tierras. Si morimos, que nuestra fe sea piedra. Que nuestro juramento quede grabado en este monte para la eternidad.
 
Entonces descendieron a la ladera, en plena noche, bajo la lluvia que comenzaba a caer como lágrimas del cielo. Los templarios se enfrentaron a los invasores no solo con fuerza, sino con una luz interior que brotaba de la propia tierra. El Corazón de Piedra, aún en la cripta, comenzó a irradiar un fulgor rojizo que emergía por las grietas del castillo como lava sagrada.
 
La batalla fue breve y brutal. La fuerza mística que protegía el castillo desató una tormenta inesperada: rayos cayeron sobre los estandartes enemigos, el suelo tembló, y un grito antiguo —como el lamento de un dios dormido— atravesó el campo. Los almohades, aterrados, huyeron.
 
 
Pero los templarios no sobrevivieron.
 
Fueron hallados al amanecer, caídos sobre la hierba húmeda, aún con sus armas en las manos. Alarico yacía en el claro donde había hecho su juramento, los ojos en paz, como si durmiera. Y frente a él, dos rocas altas habían sido hendidas por el rayo nocturno. En cada una se había grabado, sin mano humana, una cruz templaria perfecta. Nadie entendió cómo ni por qué. Pero allí quedaron.
 
Con el tiempo, el castillo fue abandonado. Solo las chozas quedaron, tragadas por la maleza. Pero las dos cruces siguen allí, en lo alto del Pico de San Vicente, como un sello de piedra y promesa. Los pastores y viajeros que pasan cerca aún susurran que en las noches de tormenta, se ve una luz roja brillar entre las rocas... como un corazón que aún late.
 
Fin.
 
 
Cantar del Corazón de Piedra
 
De San Vicente el alto, castillo bien plantado,
que alza sus torres viejas sobre el monte sagrado,
dicen los hombres sabios, y aún más los callados,
que guarda en sus entrañas un secreto sellado.
 
Llega Alarico fuerte, caballero probado,
templario de la Orden, por Dios consagrado.
Le siguen sus hermanos, de cruz en su costado,
con mirada de acero y espíritu alzado.
 
Las chozas de los siervos, de helecho techadas,
les vieron con asombro, las frentes alzadas.
"¿Qué buscan en las ruinas de piedras calladas?"
"Venimos —dice el jefe— donde arden las llamas."
 
Bajo la torre vieja, en cripta olvidada,
reposaba la Roca, la reliquia sagrada.
Corazón de los siglos, de fuego guardada,
que brilla cuando acecha la sombra malvada.
 
Mas del sur las banderas se alzan sin razón,
almohades valientes buscan dominación.
Tambores como truenos rompen la oración,
y tiemblan los cimientos por su maldición.
 
 
“No pasarán los moros —grita Alaric fuerte—,
mientras quede en mi brazo valor y su suerte.
Si hemos de caer hoy, que sea digna muerte:
templarios no tememos del cuerpo la suerte.”
 
Bajan como relámpagos, cruz en la frente,
chocan con la marea negra y silente.
Y el cielo se abre en ira resplandeciente,
Dios mismo desata su furia potente.

Rayos caen del cielo como juicio divino,
y tiemblan los invasores, sin rumbo ni camino.
Pero los templarios caen en su destino,
guardando con su vida aquel sagrado sino.
 
Al alba ya no quedan ni gritos ni acero,
sólo el canto del viento sobre el yermo sendero.
Dos rocas se alzan, cruzadas por fuego,
dos cruces templarias, de eterno recuerdo.
 
Y aún dicen los pastores, si el monte resuena,
que late bajo tierra la fuerza que ordena.
El Corazón de Piedra su luz no enajena,
y guarda San Vicente con cruz y cadena.
 
 
Enlaces
 
Castillo Templario de San Vicente (El "guardián" de la Sierra de San Vicente)
 
Castillo de San Vicente (El sueño de los Templarios) - Hinojosa de San Vicente (Toledo)
 
Castillo de San Vicente - Sierra de San Vicente (Toledo) - El paso de los Caballeros Templarios...
 
El sueño de los Templarios (Caballeros Medievales en el siglo XXI) - Hinojosa de San Vicente (Toledo)
 


Te recordaré siempre Belvís de la Jara...

Te recordaré siempre Belvís de la Jara...
 













Brindando por Belvís
 
 
Un pequeño paseo...
 
 
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Pasión y Devoción: El Real de San Vicente ante el Cristo de la Cruz

Pasión y Devoción: El Real de San Vicente ante el Cristo de la Cruz
 
 
Pasión y Devoción...
 
En El Real de San Vicente, cada Miércoles Santo se detiene el tiempo. Las calles del pueblo, silenciosas y solemnes, se llenan del sonido de los tambores, del crujir de los pasos sobre el empedrado, y del murmullo emocionado de los vecinos que se congregan para acompañar al Cristo de la Cruz. No es solo una procesión; es un acto de fe, una manifestación viva de pasión y devoción que ha pasado de generación en generación.
 
 
Bajo la luz tenue de los faroles y el aroma del incienso, los rostros se iluminan no solo por la cera de las velas, sino por la emoción contenida en los ojos de quienes, año tras año, esperan este momento. Es el pueblo entero el que camina con Él. 
 
Hombres, mujeres, niños y mayores, todos se vuelcan con el alma en esta tradición que les une, que les identifica, que les recuerda que, más allá de lo cotidiano, hay un sentimiento compartido que no se apaga.
 
 
Y en medio de ese recogimiento, también hay lugar para el recuerdo. Porque cada paso del Cristo de la Cruz es también un homenaje silencioso a los hermanos que ya no están. Aquellos que un día portaron el hábito, encendieron una vela, rezaron en un rincón o simplemente miraron con devoción desde una esquina. Hoy, en el corazón de cada vecino, ellos también forman parte de la procesión. Su memoria camina con nosotros, entre los cirios, entre las lágrimas, entre las plegarias.
 
 
La Procesión del Cristo de la Cruz no es solo una cita religiosa. Es un latido colectivo, una ofrenda de amor y respeto. Es El Real de San Vicente abriéndose en canal, mostrando su alma, y diciendo al mundo que la fe, cuando se vive con el corazón, nunca muere.
 
Enlaces
 
Procesión del Cristo de la Cruz (Pasión y devoción) - El Real de San Vicente (Toledo)
 
Semana Santa 2022 - Procesión del Cristo de la Cruz - El Real de San Vicente (Toledo)
http://elrealdesanvicente13.blogspot.com/2022/04/semana-santa-2022-procesion-del-cristo.html?m=0
 


martes, 1 de abril de 2025

Del Romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), a la ciudad de Talavera de la Reina del Siglo XXI

Del Romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), a la ciudad de Talavera de la Reina del Siglo XXI
  

En la Ciudad de la Cerámica

En Talavera, donde el río murmura,
susurra el Tajo leyendas de amor,
entre murallas que el tiempo asegura
torres que velan su antiguo esplendor.

En la Plaza del Reloj, la tarde se apaga,
y el eco lejano de un paso al pasar
recuerda a María, la Reina olvidada,
que en noches calladas regresa al lugar.

Las Mondas estallan en fiesta y colores,
antigua memoria de un rito inmortal,
mientras en la Almeda, fragantes las flores,
tejen primaveras de aroma ancestral.

La Alcazaba árabe, bajo la luna,
guarda secretos de Abderramán,
y en la Corredera, que el alba acuna,
la historia respira en cada portal.

Cerámica fina, azul en el vuelo,
murales que cantan un arte sin fin,
en platos y azulejos, el viejo anhelo
de manos que plasman su eterno confín.

En la Colegial, campanas que lloran,
en Santa María reza el corazón,
y en el Prado, los fieles fervientes imploran
a la Virgen santa su fiel bendición.

Talabriga, de piedras vetonas,
susurra en Saucedo un pasado real,
ciudad de leyendas, de historia que entona
un canto que el viento no puede apagar.

Y así, Talavera, con alma infinita,
entre sus muros la vida dejó,
un puchero humeante, fe que palpita,
y un tiempo dorado que no se perdió.

 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla-La Mancha
Guía de Montaña


lunes, 31 de marzo de 2025

Arranes... el guerrero vetón - Tiempos convulsos en Hispania

Arranes... el guerrero vetón - Tiempos convulsos en Hispania

 
El viento silbaba entre las colinas cuando Arranes despertó con el olor a humo. Su poblado, antaño un refugio seguro entre los montes, ardía. Las legiones romanas habían caído sobre su pueblo como una tormenta de hierro y fuego. Con sus jinetes diezmados y los guerreros caídos, los vetones apenas pudieron oponer resistencia. 
 
Arranes había peleado hasta que su brazo no pudo sostener la espada, hasta que el suelo se tiñó con la sangre de los suyos.
 
 
Capturado y encadenado, junto a los sobrevivientes, Arranes fue conducido por caminos de polvo y ruinas hasta Caesarobriga. La ciudad, antaño ajena a su gente, ahora era su nuevo hogar impuesto. Allí, entre los muros romanos y la lengua extranjera, se vio reducido a un esclavo, un espectro de lo que había sido.
 
Pero en su corazón la llama vetona no se había extinguido. Entre susurros, junto a otros prisioneros, hablaba de la tierra perdida, de los verracos de piedra que protegían su memoria, de las noches de festines y guerra. Arranes juró que, aunque Roma lo hubiese sometido, su espíritu nunca se do legaría.
 

 
Y así, con el tiempo, en las sombras de Caesarobriga, comenzó a forjarse un nuevo sueño: la esperanza de que algún día los vetones recuperarían lo que les fue arrebatado.
 
Aquí tienes el relato de Arranes, un vetón que sufrió la conquista romana y el saqueo de su pueblo antes de ser desplazado a Caesarobriga...
 

 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla- La Mancha
Guía de Montaña

Santa Teresa de Jesús pisó Talavera de la Reina en sel Siglo XVI...

Santa Teresa de Jesús pisó
Talavera de la Reina en sel Siglo XVI...
 
La ficción es el arte de hacer posible lo imposible... y la AI (Inteligencia Artificial), es la herramienta para poder realizarlo...
 
 
Talavera de la Reina
Murales cerámicos
La plaza del reloj
Río Tajo
María de Portugal
Las Mondas
Alcazaba árabe
Abderramán III
Murallas
Torres Albarranas
Calle Corredera del Cristo
Basílica de Nuestra Señora del Prado
Iglesia de Santa María La Mayor (La Colegial)
Centro religioso y cultural
Convento de las Madres Carmelitas
Iglesia de El Salvador
Pasado histórico
Cerámica
Puchero talaverano
Iglesia de San Andrés
Parque de la Almeda
Iglesia de Santiago el Nuevo
Jardines del Prado
Platos y azulejos
Monasterio Jerónimo de Santa Catalina
Caesarobriga
Talabriga (Ciudad de los vetones)
Villa romana de Saucedo
La Ciudad de la Cerámica
Templete Camino Real a Guadalupe
La Virgen del Prado
 
 
Santa Teresa de Jesús pisó 
Talavera de la Reina
 
En la ciudad de Talavera de la Reina, donde el río Tajo acaricia con su cauce las tierras de antiguo esplendor, el espíritu de Santa Teresa de Jesús parece aún recorrer las calles empedradas y los templos sagrados. No es difícil imaginarla en profunda oración en el Convento de las Madres Carmelitas, donde el silencio y la devoción se entrelazan con el aroma a historia y fe.
En su tiempo, Talavera ya se alzaba como un centro religioso y cultural, marcada por la huella de civilizaciones.
 
Santa Teresa, en su afán por extender la reforma del Carmelo, habría hallado inspiración en la solemnidad de la Iglesia de Santa María La Mayor (La Colegial) o en la humilde belleza de la Iglesia de El Salvador, templos donde la espiritualidad se anida entre piedras centenarias. Tal vez, después de sus jornadas de reflexión, habría paseado por los Jardines del Prado encontrando paz y serenidad  bajo la mirada protectora de La Virgen del Prado.
 
 
La esencia de Talavera vive no solo en su religiosidad, sino también en sus tradiciones, como Las Mondas, fiesta que desde tiempos remotos celebra la gratitud por las cosechas y que, año tras año, une pasado y presente. No faltaría en la mesa el humeante puchero talaverano, servido en los característicos platos de cerámica y también con los azulejos que han dado a esta ciudad el merecido nombre de La Ciudad de la Cerámica.
 
Así, en cada rincón de Talavera, desde la histórica Calle Corredera del Cristo hasta el antiguo trazado de Caesarobriga, late un legado que, como la obra de Santa Teresa, trasciende el tiempo, invitando a todo aquel que lo recorre a descubrir la fe, el arte y la historia entrelazados en sus calles y templos.
 
 
POEMA de Santa Teresa de Jesús, en base a su obra poética
(AI Inteligencia Artificial)
 
En Talavera reposa mi alma
¡Oh ciudad de noble esencia y clara historia,
Talavera de la Reina, fulgor que no expira!
En tus murallas laten ecos de memoria,
y en tu río Tajo, el tiempo se retira.
 
Vi brillar en tu plaza el reloj incansable,
donde el ayer susurra leyendas calladas;
de Abderramán III quedó huella imborrable,
en torres albarranas, de almenas aladas.
 
Tus murales cerámicos, canto de colores,
narran glorias pasadas, de arte soberano;
y en puchero talaverano, humildes sabores
guardan el alma antigua de este suelo castellano.
 
¡Oh Virgen del Prado, faro en la alborada,
que en la Basílica reinas con ternura!
En Las Mondas, tu paso es florada,
fiesta de fe, de amor y de ventura.
 
 
Al convento carmelita sube mi oración,
donde Teresa dejó huella encendida;
y en Santa María La Mayor, mi corazón
busca la luz eterna, fuente de vida.
 
¡Salve, Talavera, ciudad de la cerámica fina,
de Caesarobriga el alma no se ha ido!
En el Prado y su jardín, la flor germina,
y en cada azulejo vive el pasado compartido.
 
Templete del Camino, guía del peregrino,
hacia Guadalupe lleva tu fervor;
en cada calle, en cada divino destino,
resuena tu historia, herencia de amor.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla-La Mancha
Guía de Montaña


domingo, 30 de marzo de 2025

Soy cerámica "Talaverana"... nací del barro, el agua y del fuego

Soy cerámica "Talaverana"... nací del barro, el agua y del fuego

 
Nací del barro, el agua y del fuego, moldeada por las manos maestras de un alfarero de Talavera de la Reina. Soy una vasija de cerámica, testigo silencioso del arte que ha dado renombre a esta tierra durante siglos. Mis formas fueron esculpidas con paciencia y devoción, mis colores cobraron vida gracias a la tradición transmitida de generación en generación.
 
  
Desde tiempos inmemoriales, Talavera de la Reina ha sido cuna de alfareros, guardianes de un oficio noble que ha perdurado a pesar del paso del tiempo. En sus talleres, la arcilla toma forma con el suave girar del torno, mientras las manos expertas convierten el material en obras de arte. Luego, los pinceles danzan sobre la superficie, impregnando mis paredes de tonos azules, amarillos y verdes, inspirados en la naturaleza y la historia de esta tierra.
 
 
Yo he conocido mesas y hogares, he guardado el agua para calmar la sed de generaciones y he servido como testimonio de la riqueza cultural de Talavera. He visto alfareros trabajar con dedicación, con el orgullo de quienes saben que sus creaciones no son solo objetos, sino fragmentos de una identidad arraigada en la historia.
 
 
Talavera de la Reina no solo es mi cuna, sino también mi esencia. Sus calles están impregnadas del perfume del barro húmedo y del sonido del martilleo sobre la arcilla. Sus gentes han sabido mantener viva esta tradición, luchando por preservar un arte que, como yo, resiste el paso del tiempo.
 
Hoy me alzo con orgullo en estanterías y exposiciones, en casas y museos, llevando conmigo el alma de una ciudad que ha hecho de la cerámica su más hermoso legado. Que mi voz de barro siga contando la historia de Talavera, porque mientras yo exista, su memoria perdurará.
 

 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla-La Mancha
Guía de Montaña