martes, 18 de noviembre de 2025

Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte II)

Nuestras vidas están llenas de recuerdos - Provincia de Toledo y más... (Parte II)
 
PROVINCIA DE TOLEDO
 
 
Introducción
 
Nuestras vidas están hechas de instantes que se quedaron quietos en una fotografía: miradas detenidas, manos que ya no están, calles que parecían eternas. Durante años solo podíamos imaginar qué había justo antes o justo después de aquel disparo de la cámara… qué se dijo, qué se sintió, qué viento soplaba en ese momento.
 
Hoy, la magia de dar movimiento a esas imágenes nos permite asomarnos a un pasado que creíamos inmóvil. Como si el tiempo, por un segundo, nos dejara volver a estar allí: en una plaza de la provincia de Toledo, en un patio lleno de verano, en una fiesta de pueblo donde resonaban risas que creíamos olvidadas.
 
Son pequeños milagros modernos que despiertan grandes nostalgias antiguas. Porque cada foto que vuelve a moverse no solo revive un recuerdo… revive una parte de nosotros.
 

 
Otoño en la Sierra de San Vicente
 
En la Sierra de San Vicente, el otoño se despliega como un manto cálido que transforma cada sendero. Las hojas, teñidas de ocres, dorados y rojizos, cubren el suelo como una alfombra blanda que cruje bajo los pasos. Los castaños y robles, protagonistas silenciosos del bosque, elevan sus ramas hacia el cielo azul mientras dejan caer lentamente su vestido de temporada.
 
El aire huele a tierra húmeda y a castañas recién desprendidas, cuyas cúpulas erizadas se mezclan entre las hojas secas. El sol, todavía amable, se filtra entre las copas creando destellos que iluminan el camino serpenteante, invitando a avanzar con calma y a respirar la quietud del paisaje.
 
En cada rincón, el otoño parece hablar: susurra en el murmullo de las ramas, en el rumor de las hojas que se desploman, en la luz que cambia a cada paso. La Sierra de San Vicente se vuelve entonces un refugio de belleza efímera, un lugar donde la naturaleza recuerda que también en el ocaso de las estaciones hay una profunda armonía.
 



 
En las horas que no vuelven
 
El tiempo camina descalzo,
dejando huellas que nadie ve.
A veces roza la piel como un suspiro,
a veces duele
como la memoria que insiste en volver.
 
Los recuerdos,
esos pájaros tercos,
vuelan en círculos sobre mi pecho;
traen tu voz envuelta en bruma,
tu risa que aún abre ventanas
en habitaciones ya cerradas.
 
Y el amor…
qué breve soplo de eternidad,
qué fogata encendida en medio del invierno.
Ardió tan alto,
que incluso hoy su luz
tiñe de oro
las sombras que quedaron.
 
Pero todo lo hermoso aprende a irse:
la tarde se escurre,
la rosa cede sus pétalos al viento,
y tu nombre,
que un día fue ancla,
ahora es río.
 
Sin embargo,
en cada silencio del mundo
te guardo —no como herida,
sino como faro—,
porque hay amores que son efímeros
solo en presencia,
pero eternos
en recuerdo.
 

 
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BELLEZA,FANTASÍA
 E IMAGINACIÓN
 

 
La ventana al cuelo
 
La mujer estaba sentada en el gran ventanal, abrazada por la oscuridad silenciosa de la noche. La luna, redonda y serena, parecía mirarla desde lo alto, como si comprendiera cada peso que cargaba en el pecho. Las estrellas titilaban alrededor, diminutos faroles que no conseguían borrar la humedad de sus ojos.
 
Las lágrimas caían sin ruido, deslizándose por su rostro como pequeñas corrientes de un río que había aguantado demasiado tiempo. Afuera, todo era quietud; adentro, un universo entero se desmoronaba y recomponía a cada respiración.
 
Ella levantó la vista hacia el cielo, buscando respuestas que no encontraban palabras. Y, sin embargo, en ese brillo plateado de la luna, en la paciencia inmóvil de las estrellas, sintió una extraña compañía. Como si el cielo, enorme y antiguo, también supiera lo que es romperse.
 
Y así, entre el cristal frío del ventanal y la luz lejana del firmamento, la mujer se dejó acompañar… dejando que la noche, con su silencio amable, la sostuviera un poco más.
 



 
Perfume de Astral
 
En la orilla donde el crepúsculo
tiñe al mar de sueños lentos,
descansa un frasco de malva luz,
destello de galaxias en silencio.
 
Su vidrio guarda un universo,
una espiral de polvo estelar,
donde flotan pétalos dorados
como pequeños soles en el mar.
 
Un tapón oscuro lo corona,
bruñido por noches antiguas,
y al abrirlo, el aire tiembla
con un murmullo de bruma y música tibia.
 
No es perfume, es travesía:
una esencia que desata el alma,
que rompe el hilo del horizonte
y afloja la gravedad del alba.
 
Basta una gota sobre la piel
para que el cuerpo quede dormido,
y el espíritu, suave y ligero,
cruce portales jamás vistos.
 
Entonces vuelas sobre mares púrpura,
rozando constelaciones diminutas,
y cada brizna de luz que nace
te susurra historias eternas y mudas.
 
Al regreso, el frasco espera,
silencioso, brillante, fiel,
con su magia latiendo despacio,
aguardando un nuevo amanecer.
 



 
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Diario de un abanico toledano viajero
 
Me llamo muy simplemente: "Abanico Toledano". Nací en una tienda de souvenirs de Toledo, colgado entre espadas brillantes y azulejos pintados a mano. Recuerdo el murmullo de los turistas, el eco de las calles estrechas y ese olor a historia que se cuela por cada rendija de la ciudad. Un día, unas manos cálidas me escogieron entre muchos. Me envolvieron con cuidado… y comenzó mi viaje.
 
Desde entonces he recorrido la Provincia de Toledo entera. He sentido el aire cálido de Talavera acariciar mis varillas, he visto los campos dorados de la Jara desde el asiento de un coche, he descansado en las sombras frescas de los Montes de Toledo. En la Sierra de San Vicente me abrieron para espantar el calor mientras mis colores brillaban bajo el sol. En Oropesa escuché historias antiguas de castillos; en Lagartera admiré los bordados que parecían saludarme; en Consuegra vi los molinos girar, como si fueran mis primos lejanos.
 
Sigo siendo un humilde abanico, pero también un pequeño viajero. Cada vez que mis varillas de madera se abren, siento que cuento un pedacito de Toledo, ese que llevo conmigo a cada rincón donde me despliegan.
 


 
Quiero se libre y olvidar...
 
Quiero se libre y olvidar... susurra la piel como un mapa. La espalda se alza amplia y silenciosa, un paisaje entero impreso sobre carne: árboles desnudos que nacen en la cintura y suben en líneas negras hasta encontrar la nuca, donde las raíces se convierten en venas, donde el cabello se confunde con ramas. En el centro, columpiándose entre dos ramas, una niña de espaldas mece sus piernas: pequeña, sola, ligera. Su vestido rosado es un punto de color en medio del invierno del resto; su columpio cuelga de hilos que parecen cuerdas de historias.
 
A la izquierda, bandadas de pájaros trazan rutas en el aire —algunos ya han partido, otros apenas se recortan contra la piel—; la derecha guarda sombras más densas, como una tarde que no quiere terminar. Aquí la luz cede y la piel pasa a ser cielo y tierra: la clavícula se vuelve rama; la columna, tronco; las omóplatos, acantilados desde donde despegan recuerdos.
 
Cada árbol tiene su memoria: el más alto, en la cintura, guarda las heridas de un invierno; los pequeños del borde, las risas cortas. Los pájaros llevan consigo palabras que nadie pronunció y migran hacia el borde de la imagen, alejando lo que pesa. La niña empuja con los pies, y con cada vaivén parece medir cuánto puede aguantar el viento antes de dejar ir.
 
La composición es un pacto entre fragilidad y vuelo: la espalda ofrece su paisaje como carta de despedida y la niña, en su impulso, aprende a soltar. Quiero se libre y olvidar... repite la voz, y entonces los árboles susurran, los pájaros abren sus alas y algo —un nombre, una culpa, una pena— se deja llevar hasta desaparecer en el horizonte.
 
 
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NIÑOS NOSTALGIA
 

 
La Nina y la luna
 
Una niña mira la luna
desde el borde de su ventana,
como quien busca un secreto
que el cielo siempre guarda.
 
¿En qué piensa su mirada?
En cuentos que aún no existen,
en mundos que nacen solos
cuando la noche los viste.
 
Quizá sueñe con tocar
esa luz suave y callada,
o pregunte en su silencio
si la luna también la abraza.
 
Admiración y curiosidad
se mezclan en su pequeña alma,
y en sus ojos brilla el mundo
que la luna, al verla, calma.
 




 
Aquí me tienes
 
Una niña y un niño, dos almas pequeñas,
dos caminos que un día se cruzaron sin prisa.
Desde entonces, el mundo fue menos grande,
y la vida, un lugar con más risa.
 
Jugaron, crecieron, soñaron despiertos,
guardaron secretos bajo la misma luna.
Entre risas y golpes de viento,
su amistad se volvió fortuna.
 
Y cuando alguno temblaba un poco,
cuando algo dolía más de la cuenta,
bastaba una frase suave y sincera
para que el miedo se hiciera puerta:
 
—Aquí me tienes— decían al unísono,
promesa simple, pero tan verdadera
que aún hoy, sin importar el tiempo,
los une con fuerza entera.
 
Porque hay amistades hechas de estrellas,
de momentos pequeños, de manos que sostienen,
de palabras que abrigan el alma entera…
como ese eterno “Aquí me tienes”.
 




 
Y de niños no nos cansábamos de ver la luna llena

Dos niños, en la rama que susurra en la arboleda,
columpian sus pies descalzos
mientras el mundo se hace pequeño
bajo un cielo sembrado de estrellas.

La luna, redonda y blanca,
parece acercarse a ellos
como si también quisiera escuchar
sus risas rotas en milagro.

Allí, donde el viento peina hojas
y la noche huele a sueño,
se quedan quietos, muy quietos,
con los ojos abiertos de infinito.

No hablan.
No hace falta.
La inocencia escribe sola
su poema sobre sus rostros.

Y la luna —ay, la luna—
que nunca preguntaba por el tiempo,
les regalaba historias de luz,
creyendo que serían niños para siempre.

Porque de niños
no nos cansábamos de ver la luna llena;
ella tampoco se cansaba
de mirarnos volver a creer.

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Nunca dejes de soñar...
Orgullo es... realizar tus sueños pese a las adversidades...
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Acreditación Oficial Informador Turístico
 (N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


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