lunes, 1 de septiembre de 2025

Cuando las campanas repican miedo y la Santa Campaña procesiona en la oscuridad...

Cuando las campanas repican miedo y la Santa Campaña procesiona en la oscuridad...
 
 
La luna llena se alzaba sobre Toledo como un ojo blanquecino que todo lo vigilaba. El Tajo, desde lo alto del Mirador del Valle, brillaba como una serpiente oscura que rodeaba la ciudad, y el murmullo de sus aguas parecía un rezo apagado.

Esa noche, las campanas de San Justo repicaron solas. Un tañido grave, arrastrado, semejante a un lamento metálico, quebró el silencio. Quien se atreviera a mirar hacia la torre juraría ver una figura espectral: el alma de un fraile, encorvado, sosteniendo la cuerda con manos traslúcidas, marcando un ritmo que solo los muertos entienden.
 
 
Fue entonces cuando el aire cambió. El murmullo del río se apagó, las cigarras enmudecieron y hasta el viento pareció esconderse. Desde la vereda del mirador, un resplandor tembloroso comenzó a avanzar lentamente: la Santa Compaña había llegado a Toledo.

Las siluetas se recortaban contra la claridad lunar. Eran decenas de figuras encapuchadas, vestidas con túnicas negras, caminando en procesión. De sus manos huesudas pendían cirios que ardían sin llama, iluminando apenas lo suficiente para ver los rostros cadavéricos, desencajados por el tormento eterno. Al frente, un alma en pena alzaba una cruz de madera carcomida que parecía pesar más que la propia muerte.

Quienes los vieron desde las murallas juraron sentir un frío clavarse en el pecho. Los pasos no hacían ruido, pero cada avance de la procesión retumbaba en la mente de los vivos como si fuera un presagio. Se decía que, si alguien tropezaba con ellos, quedaría condenado a tomar el lugar del portador de la cruz.

Una mujer que caminaba sola aquella noche —dicen que era vecina del barrio de la Judería— los contempló sin querer. El fulgor de las velas sin fuego le iluminó el rostro, y su grito desgarrador quedó atrapado entre las piedras del mirador. Nadie volvió a verla.




A la mañana siguiente, los vecinos que madrugaron hallaron la cruz clavada en el camino de tierra, ennegrecida, húmeda como si hubiera llorado sangre. Y en lo alto de la ciudad, las campanas sonaron de nuevo, pese a que ningún sacristán había tocado la cuerda.

Desde entonces, cuando la luna llena cubre Toledo y el Tajo brilla como un río de acero, se dice que la Santa Compaña vuelve a procesionar por el Mirador del Valle. Y más de un toledano asegura haber visto, entre las sombras encapuchadas, el rostro de aquella mujer perdida, avanzando en silencio, con una vela en la mano.

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