Sí nuestros abuelas y abuelos pudieran ver esto... no darían crédito a sus ojos..
Por desgracia ellos no pensaban en el futuro... bastante tenían con vivir el día a día...
Acertados o no los cambios... nos lleva a imaginar más aquellos tiempos...
David M. R.
Al principio solo las mirabas, con esa nostalgia que aprieta sin avisar. Pero poco a poco, algo extraño comenzó a suceder. Una ráfaga de aire recorrió la habitación, y los colores, como hilos invisibles, empezaron a bordar cada fotografía. Las calles se llenaron de blanco y ocre, las fachadas de cal brillaron como recién encaladas, y en los balcones brotaron macetas rojas, vivas, desbordadas.
Los niños que posaban inmóviles en la escuela rompieron su rigidez y comenzaron a reír, a correr con pantalones cortos y trenzas sueltas. Los abuelos, que parecían ausentes en el sepia antiguo, levantaron sus miradas y saludaron con la mano, como si hubieran estado esperando ese momento. El tambor de las fiestas volvió a sonar, y la iglesia repicó sus campanas, llamando a todos los que una vez habitaron esas montañas.
Era como si las almas de quienes ya no caminan por esas calles hubieran encontrado, a través del milagro de la memoria y de la imagen, una forma de decirte: “Aquí seguimos, en el rumor de los pinos, en la fuente del pueblo, en cada piedra que sostiene el camino”.
Y entonces comprendiste que no se trataba solo de fotografías, sino de puertas. Puertas hacia un tiempo que no muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde.
Y entonces comprendiste que no se trataba solo de fotografías, sino de puertas. Puertas hacia un tiempo que no muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde.
Plegaria de la memoria
Que el color despierte en las fotos calladas,
que el movimiento regrese a las plazas vacías.
Que las almas que fueron, y aún nos acompañan,
nos hablen con voces de luz y alegría.
Guarda, Señor, la memoria encendida,
que el Real de San Vicente jamás quede en sombra.
Que en cada mirada, en cada partida,
renazca la vida que nunca se nombra.
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