miércoles, 3 de diciembre de 2025

La España Vaciada (Casa humilde) El Real de San Vicente (Toledo)

La España Vaciada (Casa humilde) El Real de San Vicente (Toledo)
 
 
Lamentos de la España vaciada
 
En los pueblos que ya casi nadie nombra, el tiempo avanza sin prisa, pero con una firmeza que cala en las paredes agrietadas. Las casas, que un día fueron abrigo y esperanza, hoy guardan silencios largos y ecos de pasos que ya no vuelven. Cada teja caída, cada ventana rota, es un recuerdo que se ha ido desvaneciendo, como si la memoria también se rindiera al abandono.
 
En esas calles donde el viento parece ser el único habitante, aún quedan instantes guardados: conversaciones que se apagaron, proyectos que nunca llegaron a ser, despedidas que dolieron más de lo que se admitió. 
 
Fueron más los momentos duros que los buenos, más las ausencias que las celebraciones. Sin embargo, en esa mezcla de tristeza y polvo, persiste la fuerza de lo que una vez fue hogar.
 
La España vaciada no solo está hecha de pueblos sin gente, sino de historias que se aferran a las ruinas. Allí, donde la vida se hizo cuesta arriba, el pasado sigue respirando entre las grietas, esperando que algún día alguien escuche, al fin, sus lamentos.
 


 
Alma que vuelve
 
Regreso, sombra leve,
al umbral que fue mi nido;
la puerta ya no me reconoce,
cruje como un viejo suspiro.
 
Las paredes, deshechas de tiempo,
me nombran con polvo y heridas;
fueron cuna de mis sueños,
hoy son ruina que se olvida.
 
Camino entre muebles vencidos,
entre ecos que apenas responden;
mis risas quedaron atrapadas
en rincones donde ya no hay nombre.
 
La hiedra abraza lo que queda,
como queriendo proteger
los latidos que un día pintaron
mi vida que se quedó ayer.
 
Hablan mis pasos de ausencias,
de un pasado que aún me reclama;
cada grieta murmura mi historia,
cada teja es un trozo de alma.
 
Y aunque el hogar se derrumbe
y el recuerdo se vuelva ceniza,
yo vuelvo —alma errante y sola—
a llorar lo que el tiempo me quita.
 
Porque aquí fui vida y latido,
y aquí también soy final;
la casa, igual que mi alma,
se deshace… y vuelve a empezar.
 


 
La escalera de la "troje"
 
Aquella escalera que subía a la troje aún se alza, aunque sus peldaños crujan como si recordaran cada paso que un día la llenó de vida. Allí, en lo alto, se guardaban las certezas y los temores de quienes vivieron con lo justo, aferrados a la tierra y al esfuerzo diario.
 
La troje fue nuestro granero y nuestro frutal, el pequeño tesoro donde se amontonaban las verduras, las hortalizas y, cuando el año era generoso, algún saco más lleno que el anterior. Pero también fue testigo de derrotas: de cosechas perdidas por la helada, de noches de lamento cuando el trabajo de meses se convertía en casi nada.
 
Entre sus sombras quedaron grabadas risas que hoy suenan lejanas, discusiones que el tiempo ya ha perdonado, y momentos de pura subsistencia que forjaron un carácter duro, pero digno. Cada viga, cada rincón, conserva el peso de lo vivido —lo bueno y lo malo— como si la madera hubiera aprendido a guardar memorias.
 
Hoy, mientras la escalera se inclina y la troje se vacía, parece que todo aquello pertenece a otro mundo, a otra vida. Sin embargo, basta cerrar los ojos para que regresen los aromas, las voces, las manos moviendo sacos y selecciones, y la certeza de que, en esa altura humilde, también se guardaba un pedazo de nuestra historia.
 
 
A la memoria de Martina y Poli... Allí en donde estéis...
 
VÍDEO
 


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