Arranes... el guerrero vetón - Tiempos convulsos en Hispania
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lunes, 31 de marzo de 2025
Arranes... el guerrero vetón - Tiempos convulsos en Hispania

Santa Teresa de Jesús pisó Talavera de la Reina en sel Siglo XVI...
Talavera de la Reina en sel Siglo XVI...
En la ciudad de Talavera de la Reina, donde el río Tajo acaricia con su cauce las tierras de antiguo esplendor, el espíritu de Santa Teresa de Jesús parece aún recorrer las calles empedradas y los templos sagrados. No es difícil imaginarla en profunda oración en el Convento de las Madres Carmelitas, donde el silencio y la devoción se entrelazan con el aroma a historia y fe.
En su tiempo, Talavera ya se alzaba como un centro religioso y cultural, marcada por la huella de civilizaciones.
Santa Teresa, en su afán por extender la reforma del Carmelo, habría hallado inspiración en la solemnidad de la Iglesia de Santa María La Mayor (La Colegial) o en la humilde belleza de la Iglesia de El Salvador, templos donde la espiritualidad se anida entre piedras centenarias. Tal vez, después de sus jornadas de reflexión, habría paseado por los Jardines del Prado encontrando paz y serenidad bajo la mirada protectora de La Virgen del Prado.
Así, en cada rincón de Talavera, desde la histórica Calle Corredera del Cristo hasta el antiguo trazado de Caesarobriga, late un legado que, como la obra de Santa Teresa, trasciende el tiempo, invitando a todo aquel que lo recorre a descubrir la fe, el arte y la historia entrelazados en sus calles y templos.

domingo, 30 de marzo de 2025
Soy cerámica "Talaverana"... nací del barro, el agua y del fuego
Soy cerámica "Talaverana"... nací del barro, el agua y del fuego

Me llamo Talavera de la Reina... y he sido testigo de conquistas, guerras, hambre y abandono
Me llamo Talavera de la Reina. Respiro a través de mis calles, lloro con el Tajo que me atraviesa y sueño con los recuerdos de tiempos que, aunque distantes, siguen vivos en mi memoria de piedra y barro.
He sido testigo de conquistas, guerras, hambre y abandono. Y aún así, aquí sigo, contando mi historia a quien quiera escucharla.
Mis primeros llantos se remontan a la época en la que los romanos me pisaron con sus sandalias. Me convirtieron en un lugar de paso, en un cruce de caminos donde comerciantes y soldados descansaban. Pero la prosperidad es efímera, y cuando su imperio cayó, fui pasto de invasiones y saqueos.
En la Edad Media, los musulmanes me hicieron suya y embellecieron mis plazas y murallas. Pero mi destino era inestable. Vinieron los cristianos con su Reconquista, y en sus luchas se llevaron muchas vidas, dejando mi suelo regado de sangre. A pesar de todo, mis cerámicas, mis oficios y mis gentes persistieron.
Llegó la época dorada, cuando los Reyes Católicos y sus sucesores me reconocieron por mis azulejos y mi artesanía. Pero la gloria dura poco. Las guerras convirtieron mis campos en campos de batalla.
El siglo XIX fue aún más duro. El hambre y las enfermedades se apoderaron de mis calles. Y cuando pensé que el siglo XX me traería consuelo, la Guerra Civil desgarró mis entrañas. Familias separadas, edificios destruidos, vidas apagadas por el fuego de la violencia.
Hoy, aunque mis heridas aún duelen, me resisto a rendirme. Mis gentes siguen luchando, restaurando mi memoria, dándome esperanza.

Me llaman "Puente de Hierro"... paso seguro sobre el río Tajo, enlazando caminos, historias y generaciones (1908)
Recuerdo perfectamente los días de mi construcción. Desde que Emilio Martínez y Sánchez Gijón ideó mi diseño en 1897 hasta que finalmente me levantaron, pasaron años de incertidumbre.
He visto el tiempo pasar. Al principio, mi color era gris, reflejo de la industria que me dio vida. Pero en 1994 decidieron que el rojo era más apropiado para mí. Quizás querían destacar mi presencia, hacerme aún más imponente. Y aunque mi nombre cambió, mi propósito siguió intacto: soportar el peso del tiempo y de aquellos que me cruzan, sean viajeros, comerciantes o simplemente almas en busca de un horizonte más amplio.
He sido testigo de cambios y transformaciones en Talavera. Vi cómo el Puente Viejo descansaba un poco cuando yo llegué a compartir su carga. Observé la evolución de la ciudad, el crecimiento de sus calles, el ir y venir de coches y peatones. He sentido el temblor de pasos apresurados, de ruedas que avanzan sin descanso.
Mis farolas, que aún conservan el diseño original de la época, han iluminado innumerables noches, reflejando sus luces en las aguas del Tajo, testigo mudo de mis días y mis noches. A veces me pregunto cuántos secretos he guardado, cuántos suspiros, risas y lágrimas han quedado atrapados en el eco de mis vigas.

Yo soy, Juan Ruiz de Luna... y desde que tengo memoria, la arcilla y el esmalte han sido mis fieles compañeros
Yo soy, Juan Ruiz de Luna... y desde que tengo memoria, la arcilla y el esmalte han sido mis fieles compañeros
Desde que tengo memoria, la arcilla y el esmalte han sido mis compañeros de vida. Me llamo Juan Ruiz de Luna y nací con la pasión por la cerámica corriendo por mis venas.
Crecí admirando las obras maestras de Talavera, esas piezas inconfundibles de azul y blanco que parecían susurrar historias de siglos pasados. Desde joven supe que mi destino estaba ligado a esta tradición centenaria, y dediqué mi vida a restaurarla y elevarla a su máximo esplendor.
Talavera de la Reina es mi hogar y mi inspiración. Sus calles, su historia y su gente alimentaron mi sueño de rescatar la loza talaverana de la decadencia en la que se encontraba a finales del siglo XIX.

Soy Antonio Sánchez, y lucho por liberar Talavera de la Reina del ejército francés... (Julio de 1809)
Soy Antonio Sánchez, y lucho por liberar Talavera de la Reina del ejército francés... (Julio de 1809)
Me llamo Antonio Sánchez, hijo de Talavera, y como muchos otros, me alisté para defender mi tierra de la invasión francesa. No es por gloria ni riquezas que lucho, sino por la dignidad de mi gente, por las calles de mi infancia y por el honor de ver a mi patria libre del yugo extranjero francés.
El 20 de julio de 1809, los ejércitos aliados de España y Reino Unido se unieron en Oropesa, a unos 40 kilómetros al oeste de nuestra ciudad. No fue una unión fácil. Nuestro general, Gregorio García de la Cuesta, era un hombre testarudo y de ideas rígidas, mientras que el inglés, Wellesley, era prudente y metódico. Sin embargo, la necesidad hizo que ambos sellaran un acuerdo, aunque fuera mínimo, porque el enemigo avanzaba sin descanso.
Día tras día, avanzábamos bajo un sol de justicia, con el polvo de los caminos pegándose a la piel y el estómago rugiendo por la escasez de víveres. Para cuando llegamos al río Alberche el 27 de julio, ya éramos más soldados exhaustos que guerreros listos para la batalla. Pero el cansancio no importaba, porque sabíamos que el día decisivo estaba cerca.
Y llegó el 28 de julio. Desde la madrugada, el estruendo de los cañones y el retumbar de los cascos de los caballos anunciaron que la lucha había comenzado. Las tropas de José Bonaparte, el rey intruso, avanzaban con fiereza, confiadas en su superioridad. Pero nosotros, los talaveranos, los españoles, no íbamos a rendirnos sin pelear.
Recuerdo el rostro de un oficial francés, joven como yo, tal vez con los mismos miedos en su corazón. Nos cruzamos las miradas por un instante antes de que el caos nos envolviera. No sé qué fue de él, pero sé que yo seguí adelante, porque mi ciudad estaba en juego, porque mi hogar estaba detrás de mí y no podía permitir que esos invasores lo pisotearan.
El combate fue feroz, pero al caer la noche, el enemigo comenzó a retroceder. Habíamos resistido, habíamos ganado. No sin sufrimiento, no sin pérdidas. Miré a mi alrededor y vi compañeros caídos, amigos que jamás volverían a ver a sus familias. La victoria siempre tiene un precio.
Talavera quedó marcada por la batalla, pero aquella noche, mientras descansaba apoyado en una roca con el mosquete en el regazo, supe que la lucha aún no había terminado. Mientras quedara un solo francés en nuestra tierra, yo, Antonio Sánchez, seguiría peleando por mi patria.

sábado, 29 de marzo de 2025
Don Quijote de la Mancha pasa por La "Ciudad de la Cerámica"
Don Quijote de la Mancha pasa por La "Ciudad de la Cerámica"
Capítulo de Don Quijote en Talavera de la Reina
En un claro amanecer, cuando el sol apenas despuntaba sobre las aguas del río Tajo, don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza cabalgaban con ánimo firme hacia Talavera de la Reina, villa de gran renombre por su pasado glorioso y sus maravillas en cerámica.
—Decidme, Sancho —preguntó el caballero de la triste figura—, ¿no habéis oído hablar de esta ilustre ciudad, que en tiempos antiguos llamaban Caesarobriga, y que algunos otros nombraban Talabriga, por ser morada de los vetones?
—Por mi fe, señor —respondió Sancho—, de oídas la conozco, que dicen ser tan rica en historia como en sus platos y azulejos. ¡Y qué bien me vendría un buen puchero talaverano para alegrar el !
Al entrar en la villa, don Quijote quedó maravillado ante los murales cerámicos que adornaban las calles, narrando hazañas de reyes y santos. Al pasar por la plaza del reloj, oyó hablar de las antiguas fiestas de Las Mondas, celebradas en honor a la Virgen del Prado, patrona de la ciudad, cuya imagen descansaba en la venerable Basílica de Nuestra Señora del Prado.
—Ved, Sancho —dijo don Quijote, señalando las imponentes murallas y las torres albarranas—, estos muros son testigos de antiguas batallas, cuando el gran Abderramán III quiso dominar estas tierras, y aun así, el espíritu cristiano prevaleció.
—Mucho sabéis, señor mío —dijo Sancho—, aunque no veo moros en estos tiempos, que más miedo me dan los alguaciles.
Continuaron su camino por la Calle Corredera del Cristo, hasta llegar al Convento de las Madres Carmelitas, donde una monja, al ver la extraña figura de don Quijote, cruzó la puerta con diligencia. Más adelante, en la Iglesia de Santa María La Mayor (La Colegial), el caballero se persignó, jurando defender la fe y el honor de las damas tan firmemente como antaño lo hicieran los caballeros de la orden de Santiago.
Llegados al Parque de la Alameda, Sancho sugirió descansar bajo la sombra de los árboles, más don Quijote, encendido en ansias de aventura, no quiso detenerse. Pasaron junto a la Iglesia de San Andrés y volviendo, divisaron a lo lejos el Templete del Camino Real a Guadalupe, creyó ver un castillo encantado.
—¡Deteneos, villanos encantadores! —gritó, arremetiendo contra unas pacíficas mulas que pastaban.
Sancho, acostumbrado ya a los desvaríos de su señor, lo dejó correr hasta que, cansado y lleno de polvo, volvió a sus sentidos. Y así, entre aventuras imaginarias y anhelos de gloria, don Quijote prosiguió su camino por la Ciudad de la Cerámica, donde cada esquina susurraba leyendas de un pasado glorioso.
