Me llamo Puente de Hierro, aunque en tiempos recientes me han rebautizado como Puente de la Reina Sofía. Pero mi esencia sigue siendo la misma: una estructura firme, resistente, que desde 1908 ha servido de paso seguro sobre el río Tajo, enlazando caminos, historias y generaciones.
Recuerdo perfectamente los días de mi construcción. Desde que Emilio Martínez y Sánchez Gijón ideó mi diseño en 1897 hasta que finalmente me levantaron, pasaron años de incertidumbre. Hubo problemas con mis estribos y retrasos que parecían eternos. Sin embargo, cuando las manos expertas de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera moldearon mi estructura metálica y Félix Forero se ocupó de mis cimientos, sentí que, por fin, mi destino cobraba forma. Aquel 25 de octubre de 1908, entre vítores y celebraciones, quedé inaugurado, listo para servir.
Recuerdo perfectamente los días de mi construcción. Desde que Emilio Martínez y Sánchez Gijón ideó mi diseño en 1897 hasta que finalmente me levantaron, pasaron años de incertidumbre. Hubo problemas con mis estribos y retrasos que parecían eternos. Sin embargo, cuando las manos expertas de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera moldearon mi estructura metálica y Félix Forero se ocupó de mis cimientos, sentí que, por fin, mi destino cobraba forma. Aquel 25 de octubre de 1908, entre vítores y celebraciones, quedé inaugurado, listo para servir.
He visto el tiempo pasar. Al principio, mi color era gris, reflejo de la industria que me dio vida. Pero en 1994 decidieron que el rojo era más apropiado para mí. Quizás querían destacar mi presencia, hacerme aún más imponente. Y aunque mi nombre cambió, mi propósito siguió intacto: soportar el peso del tiempo y de aquellos que me cruzan, sean viajeros, comerciantes o simplemente almas en busca de un horizonte más amplio.
He sido testigo de cambios y transformaciones en Talavera. Vi cómo el Puente Viejo descansaba un poco cuando yo llegué a compartir su carga. Observé la evolución de la ciudad, el crecimiento de sus calles, el ir y venir de coches y peatones. He sentido el temblor de pasos apresurados, de ruedas que avanzan sin descanso.
Mis farolas, que aún conservan el diseño original de la época, han iluminado innumerables noches, reflejando sus luces en las aguas del Tajo, testigo mudo de mis días y mis noches. A veces me pregunto cuántos secretos he guardado, cuántos suspiros, risas y lágrimas han quedado atrapados en el eco de mis vigas.
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