Soy Leonor de Guzmán, y este es mi testimonio, el lamento de una mujer que, aun amada por un rey, conoció la desdicha más cruel.
Nací en el seno de una noble familia, creyendo que mi linaje me protegería de las penurias que el destino guardaba para mí. Pronto fui distinguida por Alfonso XI, el monarca poderoso que gobernaba con puño de hierro y justicia implacable.
Él me amó con la devoción que solo se entrega una vez en la vida, y yo le correspondí con la misma pasión. Me dio hijos, me dio poder, pero nunca pudo darme el lugar que su matrimonio con María de Portugal me negaba.
Lo seguí en su guerra contra los nazaríes de Granada, compartí sus ambiciones y sus victorias. Estuve a su lado cuando se alzó triunfante en la Batalla del Salado, cuando sus enemigos sucumbieron bajo su férrea voluntad. ¿Y qué obtuve a cambio? Susurros de amor en la penumbra y el odio de una corte que nunca me aceptó.
Mi fortuna se esfumó con su muerte. La peste negra se llevó a Alfonso en 1350, y con él murió mi protección. Fue entonces cuando la reina legítima, María de Portugal, reclamó su venganza.
Me apresaron en el Real Alcázar de Sevilla, me despojaron de mis honores, me separaron de mis hijos y me encerraron como a una vulgar traidora.
Dos años languidecí en prisión, esperando la misericordia que nunca llegó. En el verano de 1351, me llevaron al Alcázar de Talavera. Sabía lo que me esperaba. No hubo juicio, no hubo perdón. Solo el frío acero que cortó mi vida a los 41 años, dejando mi nombre a merced de la historia.
Y ahora, ¿quién me recuerda? ¿Quién llora por mí? Solo los ecos de una cántiga de amor, aquella que Alfonso me dedicó en tiempos más felices.
Y ahora, ¿quién me recuerda? ¿Quién llora por mí? Solo los ecos de una cántiga de amor, aquella que Alfonso me dedicó en tiempos más felices.
Pero las palabras se desvanecen, y así también lo hace mi memoria, arrastrada por el viento de la traición.
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David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla-La Mancha
Guía de Montaña
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