domingo, 30 de marzo de 2025

Soy Antonio Sánchez, y lucho por liberar Talavera de la Reina del ejército francés... (Julio de 1809)

Soy Antonio Sánchez, y lucho por liberar Talavera de la Reina del ejército francés... (Julio de 1809)

 
Me llamo Antonio Sánchez, hijo de Talavera, y como muchos otros, me alisté para defender mi tierra de la invasión francesa. No es por gloria ni riquezas que lucho, sino por la dignidad de mi gente, por las calles de mi infancia y por el honor de ver a mi patria libre del yugo extranjero francés.
 
El 20 de julio de 1809, los ejércitos aliados de España y Reino Unido se unieron en Oropesa, a unos 40 kilómetros al oeste de nuestra ciudad. No fue una unión fácil. Nuestro general, Gregorio García de la Cuesta, era un hombre testarudo y de ideas rígidas, mientras que el inglés, Wellesley, era prudente y metódico. Sin embargo, la necesidad hizo que ambos sellaran un acuerdo, aunque fuera mínimo, porque el enemigo avanzaba sin descanso.
 
 
Día tras día, avanzábamos bajo un sol de justicia, con el polvo de los caminos pegándose a la piel y el estómago rugiendo por la escasez de víveres. Para cuando llegamos al río Alberche el 27 de julio, ya éramos más soldados exhaustos que guerreros listos para la batalla. Pero el cansancio no importaba, porque sabíamos que el día decisivo estaba cerca.
 
Y llegó el 28 de julio. Desde la madrugada, el estruendo de los cañones y el retumbar de los cascos de los caballos anunciaron que la lucha había comenzado. Las tropas de José Bonaparte, el rey intruso, avanzaban con fiereza, confiadas en su superioridad. Pero nosotros, los talaveranos, los españoles, no íbamos a rendirnos sin pelear.
 
 
Estaba en la línea del frente, empuñando mi mosquete con manos sudorosas. La pólvora y el metal caliente impregnaban el aire, mezclados con los gritos de los heridos y el silbido de las balas. La artillería inglesa machacaba las filas enemigas, mientras que los nuestros se batían con bayonetas y sables en combates cuerpo a cuerpo.
 
Recuerdo el rostro de un oficial francés, joven como yo, tal vez con los mismos miedos en su corazón. Nos cruzamos las miradas por un instante antes de que el caos nos envolviera. No sé qué fue de él, pero sé que yo seguí adelante, porque mi ciudad estaba en juego, porque mi hogar estaba detrás de mí y no podía permitir que esos invasores lo pisotearan.
 
 
El combate fue feroz, pero al caer la noche, el enemigo comenzó a retroceder. Habíamos resistido, habíamos ganado. No sin sufrimiento, no sin pérdidas. Miré a mi alrededor y vi compañeros caídos, amigos que jamás volverían a ver a sus familias. La victoria siempre tiene un precio.
 
Talavera quedó marcada por la batalla, pero aquella noche, mientras descansaba apoyado en una roca con el mosquete en el regazo, supe que la lucha aún no había terminado. Mientras quedara un solo francés en nuestra tierra, yo, Antonio Sánchez, seguiría peleando por mi patria.
 


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